Si hay un grupo étnico que destaca en el norte de Benín y Togo este, es, sin lugar a dudas, el pueblo conocido como los batammariba, los tammari o los otomari, un pueblo de agricultores que han mantenido hasta al día de hoy, muchas de sus tradiciones y costumbres como la arquitectura de sus casas que parecen castillos en miniatura.
De hecho, este pueblo se refugió en la región montañosa de Atakora migrando desde el norte, de Burkina Faso, y defendiéndose de los enfrentamientos con otros grupos tribales como los bariba. Esta zona montañosa de difícil acceso era un lugar ideal para protegerse de sus enemigos y también de los esclavistas del reino de Dahomey. Además, construyeron unos castillos pequeños de arcilla, que son unas construcciones típicas de este pueblo y por lo que son actualmente conocidos. Es un grupo que no tuvo mucha influencia externa y que ha podido conservar sus tradiciones hasta el día de hoy.
Con la llegada de los colonizadores europeos a África y el reparto de los países durante la conferencia de Berlín, la región donde habitaba este grupo étnico se separó en dos países: por un lado, la parte que correspondía al valle de Boukoumbé pasó a ser de Benín y allí encontramos el grupo que se conoce con el nombre de Pays Betammaribè; y, por otro lado, la región de Koutammakou pasó a ser de Togo y allí encontramos el mismo grupo pero que recibe un nombre diferente: el Pays Tamberma.
Hoy en día, mucha gente llama a este grupo como Pays Somba, pero el nombre de «somba» era el que usaban peyorativamente los europeos colonizadores y los bariba cuando los conocieron. Por eso, hoy en día el nombre correcto para llamar al pueblo batammariba es Pays Betammaribè para aquellos que viven en Benín y Pays Tamberma para aquellos que viven en Togo.
Etimológicamente, el concepto batammariba significa «los que saben construir» ya que este pueblo agricultor siempre se ha considerado un pueblo constructor de sus propios hogares tradicionales y que son un emblema para su cultura. Las casas del pueblo otomari son verdaderas catedrales. Estas viviendas se llaman tata o tata somba en la zona de Benín, mientras que en la zona de Togo se denominan tekyete.
A pesar de ser del mismo grupo étnico y mantener las mismas tradiciones, sí encontramos unas pequeñas diferencias entre los grupos que se encuentran en Benín y los que se encuentran en Togo. Por ejemplo, las tata del Pays Betammaribè (también conocidas como tata somba) tienen una decoración de grabados con pequeños motivos geométricos que dibujan en las paredes exteriores de barro de la casa y que son los mismos dibujos que llevan escarificados su población en la cara; mientras que en Togo, las casas de este grupo no tienen estos grabados y su población tampoco tiene las escarificaciones.
Para este pueblo, el ganado es un elemento primordial. Como algunas sociedades africanas como los masai de Kenia, la riqueza de la familia se mide con el número de ganado que tengas. El ganado no es sólo importante para el punto de vista económico, sino también para participar en funerales y sacrificios. Aparte de la ganadería, este pueblo también destaca por su agricultura, con cultivos de cereales como el mijo o el maíz que cultivan junto a sus casas.
Este pueblo es una etnia que intenta mantenerse fiel a sus tradiciones, manteniendo en vida sus construcciones tan conocidas, así como también realizando diferentes rituales como la ceremonia del paso hacia la vida adulta que pudimos ver en un pequeño poblado de la región de Koutammakou en Togo; donde los adolescentes pasan unos días en el bosque con unos sacerdotes y luego luchan entre ellos con látigos delante de todo el pueblo para demostrar que ya son todo unos hombres. Una escena bastante golpeadora que, hoy en día, hacen con protecciones como cascos por la cabeza pero que, igualmente, es muy impactante de ver.
Aparte de conocer y descubrir este grupo étnico, en la zona del Atakora también podrás realizar otras actividades como visitar las cascadas de Kota, situadas al sur de Natitingou; descubrir diferentes mercados locales o ir a visitar el Parque Nacional de Pendjari, situado en Tanguieta, a 50 kilómetros al norte de Natitingou, y que es uno de los parques nacionales más grandes de África Occidental donde podrás encontrar mucha fauna salvaje. Desgraciadamente, buena parte del parque se encuentra en conflicto por la presencia de grupos yihadistas y por este motivo, cuando nosotros fuimos a esta zona, estaba cerrado al público.
El pueblo otamari es un pueblo situado en un ambiente muy rural que destaca por sus castillos medievales en miniatura, con muros gruesos de tierra y torretas cilíndricas con techo de paja. La región de Koutammakou en Togo es Patrimonio Mundial de la UNESCO por su singularidad. En cambio, el valle de Boukoumbé en Benín aún no dispone de este sello a pesar de formar parte del mismo grupo étnico. Por este motivo, muchos turistas van a visitar este grupo exclusivamente en Togo, aunque para nosotros la mejor forma de hacerlo es conociendo las dos regiones de ambos países porque su paisaje y su entorno son realmente espectaculares.
¿Cómo llegar?
Si quieres conocer la realidad del pueblo otamari que vive en Benín y Togo, tendrás que viajar hacia el norte de estos dos países. Las principales localidades donde encontramos este grupo étnico se encuentran esparcidas entre la frontera de Benín y Togo que va de Natitingou (Benín) a Kandé (Togo).
Para llegar a Natitingou, encontrarás diferentes empresas de transporte que hacen el trayecto desde Cotonou como la empresa ATT que tiene una de sus oficinas en la plaza del Etoile Rouge de Cotonou. Desde Natitingou, con una Zem podrás visitar algunos de sus atractivos turísticos como las cascadas de Kota o coger algún Zem para ir hasta algunas de las poblaciones cercanas como Tagaye con el fin de descubrir las primeras tata somba o un taxi compartido (que se conocen como taxi brousse) para ir hasta Kossoucoingou o Boukoumbé (nosotros pagamos 1.000 CFA por persona), la última población beninesa antes de cruzar a Togo y que está llena de casas tradicionales.
Para llegar a Kandé, podrás coger algún autobús que vaya de Kara hacia el norte por la ruta principal N1, o también alguna furgoneta o taxi compartido. Nosotros por este trayecto de Kandé a Kara pagamos 1.000 CFA por persona. Desde Kandé, encontrarás diferentes motos que te llevarán hasta las poblaciones que se encuentran en Koutammakou. Nosotros por este trayecto pagamos un precio de 2.000 CFA por persona. Si quieres, también puedes coger un taxi privado desde Kara hasta la región del Pays Tamberma, que está situado a una hora y media, aproximadamente de esta ciudad.
En Benín, encontramos diferentes poblaciones como Tagaye, situado a pocos kilómetros de Natitingou, donde podrás vivir una experiencia muy enriquecedora con Alphonse; o Kossoucoingou o Boukoumbé, más cerca de la frontera oficial entre estos dos países y donde podrás encontrar diferentes proyectos eco-responsables que te explicarán todo lo relacionado con la cultura otomari.
En Togo, entre la carretera de Nadoba y Kandé (una carretera de tierra preciosa) encontrarás diferentes asentamientos pequeños de este grupo étnico que se conoce, en Togo, como Pays Tamberma. ¡Un viaje hacia un entorno rural y muy africano!
¿Cómo moverte por el pueblo otamari?
El pueblo otamari es un pueblo agricultor que tiene sus campos junto a las casas tradicionales de cada familia. Por este motivo, muchas de las casas están esparcidas en un entorno rural fabuloso.
Si te quieres mover por los diferentes lugares de Pays Betammaribè y Pays Tamberma, la mejor forma es coger una moto con el fin de pasar entre los diferentes caminos de tierra y senderos y observar la belleza de la arquitectura de sus casas y la panorámica increíble de su paisaje.
Nosotros, por ejemplo, en el pueblo de Boukoumbé (Benín) hablamos con un motorista y negociamos un precio para que nos llevara a visitar diferentes tata y conocer de más cerca la cultura batammariba. Pagamos 5.000 CFA a Bernard y nos llevó en su moto durante un dema mano para poder ver su casa y visitar otras tata características de esa zona. Si queréis contactar con él, lo podéis escribir al +229 96 52 55 05.
En Togo, la región de Koutammakou, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, está más influenciada por el turismo y, por ello, encontrarás más dificultades a la hora de moverte libremente por sus tekyete ya que el acceso está más regulado con una supuesta tasa de entrada a los turistas. De todas maneras, en Nadoba (el pueblo fronterizo con Benín) o en Kandé encontrarás también motos (nosotros pagamos 2.000 CFA por persona por el trayecto Nadoba-Kandé) que te llevarán a descubrir diferentes pueblos de esta bonita región situada entre las montañas y que es una visita imprescindible durante tu viaje por Togo.
Así, pues, si viajas con transporte público la mejor forma de moverte por esta región es yendo en motos de la gente local que te irá haciendo un recorrido para descubrir el pueblo otamari. También, puedes visitar esta región con un viaje organizado (puedes encontrar más información en este artículo) que te llevará a descubrir algunas de las peculiaridades del Pays Tamberma o Pays Betammaribè y así no tendrás que negociar ningún tipo de transporte (aunque esta será la opción más cara). Si vas con tu propio vehículo, conducir por esos caminos de tierra que atraviesan campos donde se erigen, a ambos lados, estos castillos en miniatura seguro que será una de las experiencias que recordarás con más fuerza de tu viaje por el continente africano.
¿Qué hacer en el pueblo otamari?
Las diferentes actividades a realizar con el fin de conocer el pueblo otamari y descubrir también el norte de Benín, el valle de Boukoumbé y la región de Koutammakou de Togo son:
– Descubrir sus casas tradicionales en forma de fortificaciones
El pueblo batammariba destaca por ser unos grandes constructores. No sólo porque lo diga su nombre, sino también por el ejemplo de sus fortificaciones que se conocen en Benín como tata somba y a Togo como tekyete.
Las tata o tekyete destacan por ser fortificaciones hechas de barro construidas en dos plantas. Son viviendas que destacan por su resistencia al paso de los años. Sólo hechas con materiales de la tierra como el barro, ramas y paja, tienen también un sistema de drenaje que facilita el flujo del agua durante la época de lluvias.
En la planta baja, encontramos un espacio para guardar el ganado y también altares que usan como espacio de protección y para ahuyentar los malos espíritus. Esta planta destaca por no tener ventanas. Por lo tanto, es un espacio oscuro que tiene una pequeña escalera que da lugar a una salita que se utiliza de cocina y que conecta la planta baja con la planta alta.
La planta alta de estas fortificaciones está formada para una terraza con diferentes estancias en forma de torre cilíndrica y tapadas con techo de paja. En estas estancias, encontramos las diferentes habitaciones de las familias, que destacan por tener una entrada muy pequeña; así como también el granero, que se encuentra situado en otra torre cilíndrica y donde encontramos una pequeña escalera hecha en un tronco para subir hasta el techo de paja, que se obra y así se puede almacenar todo el cereal y todos los productos de alimentación. Todas estas torres cilíndricas que forman parte de estas estancias y que están situadas sobre la terraza forman una bonita silueta de lo que son estas fortificaciones.
Las puertas de las tata o tékyété están orientadas siempre hacia el oeste con el fin de protegerse de los malos espíritus. Piensa que este grupo étnico también es animista y en sus casas encontramos mucha simbología. Es muy habitual encontrar en las entradas algún elemento que protege a la familia de los malos espíritus como algún cráneo de animal, y algunos altares con algún objeto fetiche con el fin de obtener protección.
Estas casas se solían construir alrededor de baobabs o árboles gigantes y estaban rodeados de campos y huertos cultivados para la misma familia que vivía en la casa. Por este motivo, hoy en día cuando visitamos esta región podemos observar que cada casa está bastante separada con la de su vecino y podemos ver un pueblo con casas muy dispersas situadas en un territorio extenso muy rural.
Las casas de este grupo étnico fueron estudiadas y construidas para cumplir también con una función defensiva: defenderse de los ataques de los grupos tribales enemigos como los bariba, pero también del reino de Dahomey que realizaba incursiones por esta región con el fin de capturar esclavos y luego venderlos a los comerciantes europeos, que los enviaban hacia el Nuevo Mundo desde diferentes poblados africanos como Ouidah (Benín) o Agbodrafo (Togo). Por este motivo, no encontramos muchas ventanas y muchas veces la puerta es estrecha y baja para que sólo pudiera pasar una persona o para cortar la cabeza si entraba el enemigo.
Si quieres entrar en algunas de las casas, piensa que tendrás que pagar como una tasa de entrada a la familia. Nosotros, por ejemplo, en algunas ocasiones pagamos 1.000 CFA por persona, un precio que tendrás que negociar con cada familia para que te deje entrar en su casa y contemplar la peculiaridad y el interés de estas construcciones tradicionales.
Descubrir y entrar en algunas de las casas tradicionales de este grupo étnico es una de las actividades que no te puedes perder durante tu recorrido por Benín y Togo, ya que son un ejemplo sublime de la arquitectura africana emergidos en un ambiente muy rural, y que seguro que formarán parte del álbum de fotografías de tu viaje por Benín y Togo.
– Descubrir las escarificaciones de la población otamari de Benín y compararlas con los grabados exteriores de sus tatas
Las escarificaciones son cicatrices, incisiones poco profundas que suelen hacerse con pretensiones artísticas sobre la piel de las personas. El Pays Betammaribè son una de las etnias donde todavía puedes encontrar mucha población con escarificaciones como símbolo de identidad y pertenencia en este grupo tan especial del norte del país. De todas maneras, sólo encontramos a la población que pertenece al valle de Boukoumbé, en la zona de Benín. En Togo, la población otamari no lleva escarificaciones.
Nos explicaron que las escarificaciones en este grupo étnico se suelen realizar a partir de los 2 años y que cada signo simboliza una etapa vital de esa persona. Por ejemplo, muchas mujeres les realizan una escarificación cuando se inician en la etapa de la pubertad para saber que están preparadas para el matrimonio y para tener hijos; y mucha gente lleva también una escarificación que corresponde a la misma forma que tienen dibujada fuera de sus casas, conocidas, como tata somba.
Estos motivos geométricos suelen ser, en general, líneas verticales y horizontales que recuerdan simbólicamente las líneas agrícolas que se hacen en el suelo para cultivar y que simbolizan el crecimiento y la vida. Algunos, incluso, creen que estas líneas representan las escatas del cocodrilo, símbolo que está relacionado con la protección del hogar. Las escarificaciones se hacen con un pequeño cuchillo metálico especial. De hecho, los herreros que hacen estos cuchillos son considerados unas personas muy importantes dentro del pueblo otamari de Benín porque están asociados a la divinidad solar Kuiye, que es el primero que llevó el fuego a la tierra.
Tal y como también pasaba con otros grupos del país, como los Holi (si queréis saber más podéis clicar aquí) o los Taneka (para saber más, clica aquí); hoy en día el Pays Betammaribè de Benín mantiene una de las esencias más singulares de los grupos étnicos africanos: las escarificaciones.
– Dormir en una tata del Pays Betammaribè o tekyete del Pays Tamberma
Una de las experiencias más singulares que puedes hacer en esta zona de Togo y Benín es dormir en una de sus casas tradicionales. Como hemos comentado, las habitaciones se encuentran situadas en la segunda planta, en pequeñas torres cilíndricas que sobresalen de la planta de la fortificación y tapadas con un techo de paja. Tienen una puerta de entrada muy baja, así que te tendrás que agacharte para entrar en la habitación. No os esperéis mucho lujo ni comodidad, ya que el espacio es pequeño; pero es una experiencia que no te puedes perder si tienes ganas de vivir durante una noche dormir en una de las casas tradicionales de uno de los grupos tribales más especiales de estos dos países.
Nosotros dormimos en casa de Alphonse, en el pueblo de Tagaye. Este pueblo está situado a pocos kilómetros de Natitingou, junto a la carretera que va hacia Boukoumbé; y se puede llegar con un Zem desde la misma ciudad de Nati (nosotros pagamos 750 CFA por persona).
La casa de Alphonse es una tata tradicional familiar que ha abierto para turistas y que está rodeada de otras tatas de las familias que habitan en el pueblo. Pagamos 3.000 CFA por persona y con Alphonse tuvimos una experiencia increíble, ya que nos acompañó a visitar algunas casas del pueblo y pudimos aprender más sobre la cultura del pueblo batammariba. Si quieres contactar con él, lo puedes llamar (no tiene Whatsapp) al +229 66 95 11 66, o llegar directamente a la población de Tagaye, y justo al lado de la escuela preguntar por casa de Alphonse y seguro que te acompañarán.
– Recorrer los caminos de los diferentes poblados de este grupo que se encuentra situado en Togo y Benín
Las tata o tekyete son edificios de una belleza increíble. Una de las características de estos espacios es el hecho de que alrededor de la construcción se suele tener huertos o cultivar cereales que es la principal fuente de riqueza de la familia que vive en esa tata. Por este motivo, los pueblos otamarios destacan por ser de largas extensiones y con casas diseminadas por los diferentes terrenos rurales de la zona del norte de Benín y Togo.
Por este motivo, una de las experiencias más bonitas que puedes hacer es ir con una moto y recorrer por los caminos de tierra de estos pueblos y quedarte alucinado por el gran número de casas tradicionales y de la belleza de su entorno.
Nosotros, por ejemplo, en la región de Koutammakou de Togo pudimos coger un Zem que nos llevó de Nadoba a Kandé (por un precio de 2.000 CFA por persona) pasando por una carretera increíble de tierra, con casas tradicionales a ambos lados, plantaciones, pequeños poblados rurales, montañas al fondo y un paisaje excepcional. Una África muy auténtica que recorriéndola en moto y sin casco aún la hacía más excepcional.
En Benín, en el valle de Boukoumbé, hablamos con un motorista con quien negociamos un precio y nos enseñó su casa, que era una tata tradicional. Después, con su moto fuimos a recorrer diferentes caminos del entorno y visitando otras casas en un entorno bucólico increíble. Por este recorrido de una mañana, aproximadamente, pagamos 5.000 CFA por los dos. Fuimos con Bernard, así que si queréis contactar con él lo podéis escribir directamente al +229 96 52 55 05.
Esta región de Togo y Benín es muy diferente a lo que habíamos estado viendo de estos dos países francófonos. Por este motivo, os recomendamos que alquiléis algún vehículo y recorréis los caminos del Pays Tamberma y el Pays Betammaribè para plasmar una África muy auténtica y rural. Una África que seguro que no te dejará indiferente.
– Asistir a algunos de los rituales tradicionales de este grupo étnico como la danza des fouets
El Pays Betammaribè en Benín y el Pays Tamberma en Togo son grupos étnicos que aún mantienen muchas tradiciones que practicaban sus antepasados. Tal y como hemos comentado, el hecho de estar situados entre montañas ha provocado que hayan recibido pocas influencias desde el exterior y que, hasta el día de hoy, aún lleven a cabo diferentes rituales y tradiciones. Por este motivo, si tienes suerte, asistir a algunas de estas festividades seguro que será uno de los recuerdos más especiales que te llevarás de tu viaje.
Nosotros tuvimos la ocasión de poder ir a ver una ceremonia donde unos jóvenes hacían el paso hacia la vida adulta. Este ritual lo vimos en Quaterma, un pequeño poblado de la región de Koutammakou, en Togo. Fue una experiencia totalmente auténtica a la que vimos cómo llegaban unos adolescentes que habían pasado unos días en el bosque con unos sacerdotes y, justo después, luchaban entre ellos con unos látigos para demostrar ante todo el pueblo que ya son tonos unos hombres.
Este ritual, que se conoce también como la danza des fouets, es una forma de mostrar a la sociedad que aquellos adolescentes ya están preparados para la vida adulta. Hoy en día, muchos de ellos van protegidos con cascos de moto y escudos que se preparan para evitar las estampidas de sus compañeros. Era totalmente impactante oír el ruido del viento cuando tiraban con fuerza de aquellos látigos, y ver las heridas en la espalda de aquellos que no tenían la suerte de evitar ser golpeados por los compañeros…
A pesar de las escenas de lucha, en el pueblo se respiraba un ambiente de alegría y de fiesta. En diferentes círculos, todo el mundo comentaba la jugada, sufrían cuando alguien recibía algún golpe, reían de alguna caída y chillaban cuando alguien se acercaba demasiado con el látigo hacia donde estaban ellos. Todos los vecinos y también la gente de alrededor estaba allí observando uno de los rituales más importantes para el pueblo otamari, como es el momento en que una persona pasa a ser adulta.
Si queréis tener la oportunidad de ver algún ritual, os aconsejamos que preguntéis a la gente local si hay alguno programado durante la época que vais a visitar esta región. Muchas veces, si hay turistas, ellos mismos preparan uno a cambio de una cantidad de dinero. Algunos dicen que es un acto solo para turistas, pero ellos también lo ven como una manera de ganarse la vida. De este tema, podríamos discutir durante mucho rato… Nosotros tuvimos la suerte de ver uno totalmente auténtico. Eso, sí, nos costó unos cuantos días más de lo previsto de espera en Kara mientras confirmábamos saber el día exacto que se celebraba este ritual local en el Pays Tamberma. Aun así, fue una experiencia muy interesante!
– Ver el proceso de elaboración de la manteca de karité
La manteca de karité es un ingrediente que está presente en muchos productos cosméticos que podemos comprar en nuestras farmacias y que destaca por sus extraordinarias propiedades protectoras de la piel. La mayor parte de este ingrediente se produce en África, y tanto en el Pays Tamberma como en el Pays Betammaribè podrás encontrar diferentes lugares donde elaboran manteca de karité de forma artesanal.
La manteca de karité es una sustancia que se extrae del fruto de un árbol que se conoce con el nombre de Karité. Este árbol crece en diferentes regiones de África, en un cinturón imaginario que va de Senegal a Uganda. Por este motivo, tanto en el norte de Benín como en Togo encontramos muchos ejemplos de elaboradores de manteca de karité. Si visitas el pueblo otamari, seguro que podrás conocer de primera mano cómo elaboran este producto cosmético tan valioso para nuestra piel.
La tradición dice que las mujeres son las únicas encargadas de hacer manteca de karité. El proceso de elaboración comienza con la recogida del fruto del árbol, que cae al suelo cuando está maduro y que se dejará, posteriormente, que se seque al sol. Por este motivo, justo al lado de las carreteras principales que encontrarás recorriendo Benín y Togo, muchas veces encontrarás sábanas llenas de karité que se están secando aprovechando el calor del sol y del asfalto. Una vez que los frutos están secos, se retira la cáscara y se trocea el fruto que hay dentro.
Aquí es donde empieza la verdadera producción de la manteca. Se secan nuevamente las semillas y se torren al fuego, proceso que determina el color final del producto: podemos encontrar todo un espectro, del blanco, al amarillo e incluso negro. Se trocean de nuevo los frutos y se mezcla con agua. La masa resultante se amasa y se prensa a mano, se cuece y, finalmente, se filtra con un filtro de algodón. Cuando por fin se enfría, la manteca de karité ya está preparada para usarse. En África, el árbol de karité está muy presente en muchos pueblos rurales ya sea para comercializarla, para utilizar su resina como cola natural, para alimentarse o para usarla en la medicina tradicional.
– Visitar las cascadas de Kota (Benín)
Las cascadas de Kota, situadas 20 kilómetros al sur de Natitingou, es un salto de agua que emerge del río Sota, dentro de la región que también se conoce como Kota. Este paraje natural destaca por tener diferentes caminos donde podrás disfrutar de la naturaleza de esta vertiente este de las montañas del Atakora.
Podrás ver los saltos de agua desde arriba de la cascada, o también llegar a sus pies y, si quieres, bañarte en sus aguas. A pesar de no tener la altura de las cascadas de Wli, situadas en Ghana y que son las más altas de África Occidental (si quieres saber más, clica aquí); su visita es una buena actividad a realizar si tienes tiempo durante una mañana o una tarde y te encuentras en la ciudad de Natitingou.
El coste de la entrada en mayo de 2022 era de 1.000 CFA por persona. Y el trayecto ida y vuelta con una moto desde Natitingou nos costó 1.500 CFA por persona. Tardarás unos 30 minutos desde Nati para llegar.
– Visitar el parque nacional de Pendjari, aunque ahora está cerrado por seguridad (Benín)
El parque nacional de Pendjari es uno de los pocos lugares en África Occidental donde se pueden ver animales salvajes. Se pueden encontrar leones, elefantes, cocodrilos, hipopótamos, búfalos, antílopes… que cohabitan en un entorno de ríos y montañas muy bonito. Desgraciadamente, este parque hace bastante tiempo que está cerrado por motivos de seguridad debido al conflicto con diferentes grupos yihadistas del norte de Benín que han provocado diferentes muertes y secuestros de turistas. En mayo de 2022 el parque estaba cerrado. Si se quiere ir, hay que comprobar cómo está la situación y si se puede acceder con las medidas de seguridad pertinentes.
¿Dónde dormir en el pays otamari?
Tal y como hemos comentado, el pueblo otamari está dividido en dos países en una región montañosa de gran superficie. Por este motivo, de tema alojamientos destacaremos unos cuantos por cada ciudad y región. Nosotros destacamos:
– Ma Case Au Benin: Este alojamiento se encuentra en la ciudad de Natitingou. Gaetan, su propietario, te atenderá con los brazos abiertos. Dispone de diferentes habitaciones y un patio donde poder descansar del calor de esta región de Benín. También tiene restaurante. Uno de los mejores lugares para estar si quieres tener un campo base en Natitingou, y descansar a la vez del ruido de la ciudad ya que se encuentra a unos 5 minutos caminando del mercado y la carretera principal. Si queréis contactar con Gaetan, lo podéis llamar al +229 96 76 69 11; o visitar su página de Facebook aquí.
– Chez Alphonse: Esta tata es un lugar realmente auténtico si quieres tener una experiencia inmersiva en el Pays Betammaribè. Eso, sí, tendrás que dejar los lujos en casa porque vivirás tal como lo hace la gente local. Situado en Tagaye, entre las ciudades de Natitingou y Boukoumbé, aquí podrás ver una tata somba en todo su esplendor y dormir en una de sus habitaciones de la azotea. Alphonse, su propietario, es un hombre mayor que te llevará a dar una vuelta por el pueblo y te explicará las peculiaridades de estas construcciones, así como también las características de su grupo tribal. Es una gran experiencia porque estás en un ambiente totalmente rural, alejado de los circuitos turísticos, y en un entorno espectacular. Si lo quieres encontrar, tendrás que bajar al pueblo de Tagaye y junto a la escuela preguntar a dónde estar la casa de Alphonse, y desde allí te indicarán el camino. Una de las mejores experiencias durante nuestro viaje a Benín. Si queréis contactar con Alphonse, lo podéis llamar (no tiene Whatsapp) al +229 66 95 11 66.
– Tata Victor Koubetti: Este alojamiento se encuentra situado en el centro de Boukoumbé, la última población de Benín antes de cruzar a Togo. Es un hotel grande donde podrás encontrar diferentes habitaciones que tienen ventilador con el fin de airearte durante los días de calor. Cerca, encontrarás la sede de esta asociación donde podrás disfrutar de las comidas en un patio espacioso y organizar desde allí diferentes actividades por el Pays Betammaribè. La habitación doble del hotel nos costó 7.500 CFA. Para más información, podéis clicar aquí. Nosotros decidimos hacer un recorrido en Boukoumbé con Bernard, un habitante local que tenía una moto y que podéis escribir al +229 96 52 55 05.
– Appartament Marie Antoinette: Este alojamiento situado en la ciudad de Kara, en Togo, es uno de los mejores lugares para hacer campo base y visitar la región de Koutammakou, que se encuentra a unos 75 minutos al norte, así como también los alrededores de Kara, una gran ciudad donde encontrarás todo tipo de servicios. Aquí, podrás encontrar apartamentos con cocina, wifi, nevera, aire acondicionado y también aparcamiento resguardado. Nosotros nos estuvimos 6 días mientras esperábamos que nos confirmaran a dónde se celebraría el ritual de iniciación a la vida adulta de un pequeño poblado del Pays Tamberma. Una buena opción si te encuentras en el norte de Togo. Para más información, podéis clicar aquí.
Nuestra ruta
DIA 1: Después de unos días sorprendentes y magníficos en el Pays Taneka (si quieres leer nuestra experiencia, clica aquí) a donde pudimos asistir a la fiesta de despedida de un rey y compartir tardes en poblados tradicionales, cogimos una moto hasta Copargo y de allí un taxi compartido que al cabo de una hora nos llevó a Natitingou, una de las ciudades más importantes del norte de Benín.
Habíamos tenido suerte con el transporte porque hacia las 10h del mañana ya estábamos en Nati, así que nuestra primera misión fue buscar un alojamiento en esta ciudad que es la puerta de entrada al Pays Betammaribè. Nos dirigimos a Ma Case Au Benin donde pudimos hablar con Gaetan, su propietario, y quien nos dijo que no había nadie en el alojamiento y que, por tanto, podíamos pasar la noche allí.
Después de dejar el equipaje, fuimos caminando hacia el mercado que estaba a unos 10 minutos de nuestro alojamiento. El mercado estaba situado justo al lado de la carretera principal y destacaba por numerosas paradas al aire libre donde vendían sobre todo, comida, pero donde podrías encontrar recambios de electrodomésticos, ropa y muchas otras cosas más. Los mercados africanos son espectaculares y es una de las cosas que nos gusta más descubrir, y este no era una excepción.
Mujeres con trajes de colores situadas detrás de mostradores cocinando y preparando la comida, carros arriba y abajo atragantados de objetos, motos cargadas con cuerdas que llevaban las últimas compras hechas en el mercado, paradas con herramientas de cocina y una banda sonora de cláxones, voces, colores y calor que convertían aquel entorno en toda una capital comercial.
De hecho, nosotros compramos unos mangos. Los mangos en África son buenísimos… No sólo por su dulzura, sino porque son realmente de proximidad. Allí, te será muy complicado encontrar peras, pero en cambio de frutas tropicales como mango, papaya o plátanos tendrás los que quieras.
Después de esta visita al mercado, cogimos unas motos y nos dirigimos hacia el sur de Natitingou, volviendo atrás por la carretera principal que habíamos cogido por la mañana. De repente, la moto giró hacia su izquierda y nos empezamos a adentrar en unos caminos de tierra con muchos baches que nos dejaron el culo bien troceado… Estábamos entrando hacia la región de Kota y, al cabo de poco, llegábamos a la entrada de las cascadas de Kota.
Allí, tuvimos la sorpresa de encontrarnos Albert, un chico de Benín que hablaba un español perfecto. Era la persona que vendía los tickets de entrada, y que nos comentó que había aprendido español en la escuela y, sobre todo, a través de algunas series como La Casa de Papel de Netflix. La globalización de las telecomunicaciones ha llegado a todo el mundo y desde muchos lugares de África habíamos podido captar cómo esta serie era una de las más populares de habla castellana entre la población africana.
Caminamos durante unos 10 minutos por un pequeño camino hasta que llegamos a una bifurcación. Desde allí, ya podíamos oír el ruido del agua. Uno de los caminos bajaba en fuerte pendiente hasta llegar a la altura del río Sota. Cogimos este camino y después de pasar por unas piedras y cruzar el río que llevaba poca agua, nos encontramos ante estos saltos de agua de la región de Kota.
Aprovechando que hacía mucho calor y que llevábamos el bañador en la mochila, aprovechamos para hacernos un baño. El agua no era demasiado clara, pero aún así estaba muy fresca… Y, con ese calor, aquella frescura realmente era de agradecer. Después de relajarnos en aquella balsa de agua que formaba la cascada, llegó una pareja local que continuó por el lado del agua y se enfiló para un camino que serpenteaba la cascada y llegaba hasta su cima.
Nosotros hicimos el mismo recorrido y llegamos a la parte alta de la cascada, desde donde pudimos hacer unas fotos, y volvimos por el camino de arriba hasta llegar de nuevo a donde estaba Albert, que estaba muy contento de habernos encontrado y haber podido poner en práctica su español. Nos pidió nuestro móvil para poder comunicarse y seguir hablando español, bajo la atenta mirada del conductor de la Zem que reía viendo a su amigo hablando en un idioma totalmente desconocido para él.
Volvimos hacia Nati bajo un cielo cada vez más oscuro. Amenazaba a tormenta, pero todavía tuvimos tiempo para ir a dar una vuelta por el mercado. Allí, pudimos recorrer las diferentes calles llenas de paradas de comida, carros arriba y abajo y centenares de objetos multiusos expuestos. Aprovechamos que teníamos un poco de hambre para comprar un mango y nos lo comimos al lado de la carretera, sudados, pero contentos de disfrutar de un día más de la rutina africana.
Los últimos rayos de sol se iban escondiendo detrás de las nubes, breve indicador de que pronto caería un buen chapuzón. Así que nos afanamos y fuimos caminando hacia el alojamiento que estaba a unos 5 minutos del mercado. Cuando llegamos, empezaron a caer las gotas que presagiaban una buena ducha a la africana: el nombre que le decíamos nosotros a estos chapuzones intensos de corta duración y que enfrian el ambiente.
Nos refugiamos en la habitación, y de allí ya no salimos hasta la hora de cenar. Gaetan (y su mujer) nos había preparado carne con patatas fritas (hacía días que las deseábamos) y después de disfrutar de un buen rato al fresco con compañía de gatos y mosquitos, fuimos a dormir para encontrarnos al día siguiente con Alphonse en Tagaye. No sabíamos muy bien a dónde teníamos que ir, solo que nos paráramos en la escuela que está al lado de la carretera y que allí preguntáramos por Alphonse, pero seguro que nos esperaba un día muy especial en esta región del Pays Betammaribè.
DIA 2: El día empezaba muy soleado con un cielo bien azul. Nos despedimos de Gaetan y fuimos caminando hasta la carretera principal donde encontramos una moto que nos dejó hasta Tagaye. Nos costó podernos hacer entender porque todo el mundo pensaba que queríamos ir a Kossoucoingou o Boukoumbé, pero nosotros solo íbamos a pocos kilómetros de donde empezaba la ruta que iba de Nati a la frontera con Togo, a un pequeño pueblo que se decía Tagaye.
Una moto nos llevó hasta Tagaye, un pueblo de sólo cuatro casas esparcidas junto a la carretera, un bar y una pequeña escuela. Nos dejó allí mismo, y decidimos ir hasta la escuela para preguntar a dónde estaba la casa de Alphonse. Sorprendentemente, nos encontramos muchos alumnos en el patio jugando que vinieron en seguida a vernos… Allí, no había ningún adulto que los controlara. Después de hablar con ellos, entendimos que durante el día de hoy no había escuela porque los maestros se estaban examinando en la capital de la región, pero que igualmente estaban allí jugando en el patio. Hoy tenían fiesta pero usaban el espacio de la escuela como un patio seguro para jugar a balón, correr arriba y abajo y pasar el rato…
Cuando preguntamos a dónde vivía Alphonse, los más grandes nos cogieron de la mano y nos acompañaron por un sendero estrecho que avanzaba hacia dentro de los campos. Los más chicos nos seguían desde la distancia, con una sonrisa tímida y una risa que exageraban cuando nos girábamos y los mirábamos… Pasamos por el lado de nuestras primeras tatas Somba, las construcciones tradicionales del pueblo otamari, fascinados por la belleza de su arquitectura; pero, sin tiempo para detenernos porque los niños nos iban guiando hasta casa Alphonse, llegamos hasta una casa de donde salió un hombre mayor que se decía Alphonse. Él sería nuestro anfitrión durante ese día por el Pays Betammaribè.
Los niños se quedaron al lado de la casa mirando nuestras mochilas, nuestras facciones, tocando nuestras pulseras y esperando qué haríamos en ese pequeño lugar perdido al norte de Benín. Hoy, que no había escuela, éramos la atracción de aquel poblado y seguramente nuestra presencia ya era sabida por todos los vecinos de Tagaye. Alphonse nos comentó que nos había estado esperando, pero el hecho de no tener Whatsapp ni saldo para llamar hizo que nos presentáramos allí por sorpresa. Afortunadamente, no había nadie más así que podríamos dormir en su tata sin ningún problema.
Entramos por la pequeña puerta y dejamos las mochilas en el piso de abajo, junto a cabras y gallinas que balbuceaban por lo que era una especie de corral donde se refugiaban los animales. Volvimos a salir y, ahora sí, pudimos contemplar la belleza de las tata somba, las catedrales del Pays Betammaribè y que son una construcción en forma de castillos en miniatura impresionante.
Con paredes de barro, sobresalían diferentes torres cilíndricas en el piso de arriba. Allí, tenían el granero y también lo que sería nuestra habitación. Al lado, un pequeño terreno para cultivar. Las paredes de la casa estaban decoradas con diferentes formas geométricas que correspondían a las escarificaciones que llevaba la gente local de Tagaye. El entorno donde nos encontrábamos, la majestuosidad de las tata, el buen día que hacía, Alphonse y todo el tiempo que todavía teníamos por delante nos auguraba que hoy pasaríamos un día muy completo.
Con Alphonse hicimos un recorrido por su casa. Nos enseñó las paredes exteriores, y luego entramos donde estaban nuestras mochilas. En el piso de abajo, como ocurre en todas las tatas, encontrábamos un espacio para guardar los animales y en un pequeño agujero, se enfilaba una pequeña escalera que nos llevaba a un rellano y de allí, un tronco cortado en forma de escalera nos acaba de trepar hasta el piso de arriba: la terraza de la tata.
Desde arriba, teníamos un espacio que hacía de terraza y en los diferentes extremos y lados había construcciones en forma cilíndrica que correspondían a diferentes habitaciones. En una de estas torres, había otro tronco cortado en forma de escalera que se enfilaba hasta el techo de paja. Alphonse, descalzo, se enfiló; abrió el techo; y nos enseñó que aquello era la despensa donde guardaban toda la cosecha y todos los alimentos.
Nuestra habitación sería una de esas torres. Se pasaba por una puerta muy estrecha y baja y se llegaba a una sola sala donde sólo había un pequeño colchón en el suelo (que no destacaba por ser cómodo) para estirarnos. Pusimos allí las maletas y cuando nos sentamos, quedamos bien hundidos. Nos costó salir de allí. Aquella habitación sólo serviría para dormir porque fuera teníamos muchas cosas por descubrir. Así, pues, salimos a la terraza y sacamos la cabeza. Allí, todavía había muchos niños de la escuela que se habían quedado espiándonos a ver qué hacíamos…
Bajamos y empezamos a jugar con ellos. Algún juego de manos, algún juego de magia, algunas palabras para comunicarnos con ellos, dibujos en el suelo… Se notaba nuestro pasado en el mundo del esplai, y aquellos niños estuvieron muy contentos de tener una distracción durante ese día que se habían quedado sin escuela.
Después de un buen rato, Alphonse nos dijo que nos acompañaba a dar una vuelta por Tagaye con el fin de explicar las características de su grupo tribal. Así, pues, salimos con él y lo seguimos como pudimos porque caminaba más rápido que una moto.
El paisaje que teníamos delante nuestro era increíble. Pequeños campos cultivados, tatas tradicionales y gente que pasaba con cubos en la cabeza en busca de agua. Las casas tradicionales no tenían agua ni luz, así que el pozo del pueblo era uno de los centros neurálgicos del pueblo. Allí se encontraba todo el mundo mientras llenaba su cubo, se la ponía en la cabeza, y volvía hacia casa con el agua que usaría ese día…
Alphonse nos explicó que tenía diferentes hijos. Algunos de ellos vivían en Cotonou, y él se había quedado allí solo y había decidido dedicarse al turismo ofreciendo como alojamiento su casa. Era un hombre callado, pero muy afable. Después de hacer un recorrido por diferentes casas, algunas de las cuales tenían huesos colgados en la puerta de entrada que hacían la función de amuletos, fuimos al bar que se encontraba junto a la carretera y la escuela. Los niños ya estaban en casa, ya que el patio ahora estaba totalmente vacío. Compramos una cerveza fría. Aunque estaba en la nevera, la cerveza estaba tibia porque la potencia eléctrica no era realmente potente. Se acercaron un par de hombres que iban un poco bebidos a hablar con Alphonse. Uno llevaba una moto y nos decía que era su hermano. Ver a dos blancos allí era muy extraño, así que estuvo charlando con nosotros, preguntándonos que hacíamos allí. Y luego siguió hablando con Alphonse. Después de acabarnos la bebida, volvimos hacia casa de nuestro anfitrión ya que nos prepararía un almuerzo en el piso de abajo de su tata.
Antes de llegar a la tata, paramos a casa de sus vecinos. Allí, unos niños estaban jugando, un hombre dormía bajo un árbol y una mujer estaba haciendo una especie de cesto mientras controlaba el proceso de una bebida local que estaba preparando. Nos dejaron probar su bebida, mientras los niños nos observaban encumbrados y estuvimos un rato con ellos, mientras Alphonse preparaba la comida…
Nos sentamos al suelo sobre una estora azul y comimos cassava, una especie de puré que hacen con un tubérculo de la zona. De hecho, la cassava y el nyam son uno de los ingredientes más populares en Benín, y el que suele comer toda la población rural. A veces, este puré lo acompañan con un trozo de carne o de pescado. Comimos con Alphonse y acompañados también de sus gallinas y sus cabras que teníamos que ir espantando cuando se acercaban demasiado cerca de donde estábamos.
Justo después de comer, cayó una ducha africana y nosotros aprovechamos para estirarnos y descansar, mientras algunas arañas circulaban muy cerca nuestro, y esperábamos que acabara de llover. Por suerte, el chapuzón diario llegó a su fin, y nosotros decidimos salir para ir a hacer unas fotografías y volver a ver la belleza del pueblo Tagaye.
Intentamos hacer la misma ruta que habíamos hecho con Alphonse por la mañana, pero en seguida ya nos perdimos. Había diferentes senderos y seguramente habíamos cogido alguno incorrecto… Aun así, pudimos ver otras tata. Estas casas son de las construcciones más mágicas que hemos visto durante nuestro viaje a África, conjuntamente con las del Pays Taneka (si quieres saber más puedes clicar aquí).
Estas casas tienen una historia muy viva, porque hoy en día todavía habita el pueblo otamari haciendo su rutina diaria. Pudimos ver como un niño salía de casa llorando después de una pequeña bronca, o cómo una mujer estaba preparando el fruto de karité para preparar la manteca, o como otra mujer estaba decorando su casa con las formas geométricas de la escarificación local. Era increíble poder vivir todo esto durante aquella tarde de inicios de junio en el norte de Benín.
Seguimos haciendo ruta por diferentes tatas somba y campos, y luego decidimos dar marcha atrás y fuimos a parar de nuevo a la carretera, un poco más allá de donde estaba el bar y la escuela. Volvimos de nuevo hacia casa de Alphonse, pero antes encontramos una familia que estaba preparando el nyam, uno de los tubérculos más importantes de aquella zona. Para amasarlo, lo pican con un tronco dentro de un cubo que tiene forma de embudo; y de esta manera consiguen triturar el tubérculo para luego escaldarlo con agua y tener hecho el puré. Dos personas iban picando con el tronco dentro de una sinfonía de esfuerzos acompasada. Sus brazos y sus movimientos confluían en total sincronía, con los pies quietos y el tronco descentrado que se iba moviendo lentamente. Una estampa totalmente africana que habíamos visto en muchos países que habíamos recorrido durante nuestro año sabático por el continente.
Volvimos con Alphonse y aprovechamos para comer nyam, el tubérculo que habíamos visto preparar en una de las casas vecinas. Como en el pueblo no había luz, cuando se hizo oscuro fue la hora de decir buenas noches y de irnos a nuestra pequeña habitación, situada en una tata histórica. Nos sentíamos unos afortunados de poder dormir en un espacio como este, tan especial para el Pays Betammaribè, y a la vez tan mágico por la forma de su construcción y por todo el medio que nos rodeaba.
Abrigados dentro de nuestro saco y después de intentar encontrar la mejor posición para dormir en aquel colchón blando, cerramos los ojos en aquel pequeño poblado del norte de Benín dando las gracias por todo lo que habíamos vivido ese día. Encontrar lugares como este en el mundo era uno de los regalos que buscábamos durante nuestro viaje a África y, en aquella tata, nosotros lo habíamos conseguido. ¡Muchas gracias!
DIA 3: Nos fuimos un poco adoloridos. A pesar de estar dentro de una tata somba y en un lugar tan especial, aquella no había sido una de nuestras mejores noches. Nos costó mantener la posición en aquel colchón que se hundía y dormimos poco. Por suerte, se había hecho rápido de día y, por lo tanto, ya era hora de salir de nuestro nido.
Afuera, nos esperaba Alphonse, con quien nos despedimos y le dimos las gracias por habernos abierto las puertas de su casa. Fuimos dirección a la carretera principal y desde allí esperamos a que pasara un coche que nos quisiera llevar hasta Boukoumbé, el siguiente nuestro destino.
Mientras nos esperábamos al borde de la carretera de asfalto, una chica adolescente sufrió un ataque epiléptico y cayó al suelo haciéndose unas heridas en la frente y en las piernas. Una vez le pasó el ataque, sacamos el botiquín para enjugarle las heridas mientras los hombres que estaban cerca del bar nos comentaban que no hiciéramos nada, que esta chica era una persona loca y sin futuro. Desgraciadamente, en África todas las personas con alguna enfermedad mental o física son rechazadas por la sociedad. Tras este pequeño incidente, siguimos esperando hasta que al cabo de un rato, un taxi compartido tenía lugar para llevarnos hasta Boukoumbé, el último pueblo antes de Benín antes de cruzar a Togo.
La carretera era toda de asfalto, en muy buenas condiciones, mientras pasábamos por más pueblos como Tagaye con diferentes tatas en un medio muy rural. Llegamos a Boukoumbé, que se veía ya un pueblo más grande. Tenía diferentes paradas de comida en la carretera principal, una comisaría y diferentes casas de techo de uralita a su alrededor. Fuimos caminando hasta un lugar que nos había dicho el Euloge, el guía con el que fuimos a descubrir los diferentes grupos étnicos como los holi o los fulani (si quieres saber más clica aquí), donde podríamos encontrar la Valerie que nos podría acompañar a descubrir diferentes tatas de la zona.
Llegamos a Tata Victor Koubetti, y allí nos encontramos un patio bien grande con diferentes mesas preparadas y, en la cocina, estaban preparando mucha comida. Conocimos a Valerie que estaba muy ocupada porque ese día tenían que preparar un almuerzo para mucha gente que venían de un congreso de trabajo, así que decidimos que no le diríamos nada de ir a visitar las tatas del alrededor. Nos prepararon un desayuno y nos acompañaron hasta nuestro alojamiento, que se encontraba en un hotel moderno que estaba a un centenar de metros de donde habíamos desayunado. Nuestra habitación tenía ducha y ventilador, así que aprovechamos para ducharnos ya que desde Cotonou que no lo hacíamos. De hecho, en África nos estábamos acostumbrando a ducharnos muy de vez en cuando…
Después de la ducha de agua fría, fuimos hacia el centro de Boukoumbé donde comimos en un pequeño local al lado de la carretera, y donde conocimos a Bernard, un motorista al que preguntamos si nos podía llevar a dar una vuelta por diferentes pueblos de la zona para ir a descubrir más tata. Negociamos un precio y nos subimos los dos en la moto. La primera parada fue su casa: una tata somba pequeña que estaba terminando de arreglar a la espera de poder instalarse con su familia.
Volvimos a coger la moto y entre pequeños senderos fuimos hacia el norte conduciendo por un camino de tierra que tenía tatas dispersadas a ambos lados, entre pequeños campos agrícolas. De vez en cuando, nos adentrábamos por un pequeño sendero e íbamos a parar a alguna tata para verla de cerca. En algunas de ellas, nos pedían un precio simbólico para hacer fotografías desde fuera; y en algunas otras, aprovechamos para poner en práctica nuestro juego de manos preferido: un juego de magia donde un objeto desaparecía de una mano e iba a parar a la otra mano de una forma muy misteriosa.
Aquella tarde era la última tarde que pasaríamos en Benín. La mejor manera de despedirnos era recorriendo aquellos caminos y aquellas casas tradicionales que tenían miles años de historia, en una atmósfera tranquila y rural sensacional. Benín era un país que nos había sorprendido muy positivamente, y estábamos muy contentos de decirle adiós desde el Pays Betammaribè, uno de los lugares más emblemáticos de este pequeño país del Golfo de Guinea.
Bernard nos volvió a dejar en el alojamiento. Antes, sin embargo, acordamos que al día siguiente nos vendría a buscar para llevarnos a la comisaría para que nos hicieran el sello de salida de Benín y, después, llevarnos hasta Nadoba, el primer pueblo de Togo. Lo pagamos y fuimos a cenar al mismo lugar donde habíamos desayunado y allí tuvimos una agradable sorpresa.
Junto a nuestra mesa, sólo había tres comensales más: una pareja de jubilados catalanes con su guía que hablaba un castellano perfecto. Esta pareja había contratado una empresa de turismo local para hacer un recorrido de un par de semanas por Benín y Togo. ¡Esta empresa era Loana Travel, de la que el Euloge era su fundador! Ellos habían llegado aquella tarde, y estuvimos hablando con ellos sobre las diferentes experiencias que habían tenido en Benín. Antes de ir hacia nuestro alojamiento a dormir, nos dijeron que al cabo de dos días irían a Togo para visitar un ritual de cambio de etapa que se conocía como danza des fouets. Preguntamos al guía si nos podía dar más información, pero nos dijo que todavía no lo sabía del cierto y que al día siguiente lo acabaría de averiguar. Nos intercambiamos los móviles por si acaso, ya que todavía no habíamos visto ningún ritual en el Pays Betammaribè y teníamos ganas de ver alguno.
DIA 4: Nos fuimos después de haber dormido como unos angelitos. Aquella cama era super cómoda, el ventilador refrescaba el ambiente y habíamos descansado de maravilla. Fuimos a desayunar, pero ya no nos encontramos a la pareja de catalanes ya que se habían marchado temprano a descubrir diferentes tata y ver cómo hacían manteca de karité. De hecho, nosotros empezábamos el día un poco tarde, pero ya nos tocaba descansar después de todo el cansancio acumulado de aquellos días por el norte de Benín.
Escribimos a Bernard para que nos viniera a buscar, pero él no contestaba. Después de un buen rato de espera y cuando ya veíamos que el dinero que le habíamos dado durante el día de ayer desaparecería, pudimos hablar con él y nos dijo que le había salido un contratiempo pero que nos enviaba unos amigos que nos vendrían a buscar. En África, la gente va al día a día pero al final siempre encuentras solución.
Llegaron dos motos y fuimos, primero, hasta la pequeña comisaría de Boukoumbé a donde nos sellaron el pasaporte, y condujimos entre pequeños caminitos pasando por lado de tatas hasta que pasamos un control militar. ¡Ya estábamos en Togo! De todas maneras, todavía faltaba recorrer unos kilómetros más hasta llegar a Nadoba donde encontraríamos la comisaría para registrar nuestra entrada al país. Aquella frontera era la más rural que habíamos atravesado durante nuestro viaje a África, con gente que entraba y salía sin ningún tipo de permiso ni sello ni pasaporte. De hecho, esta frontera era artificial y la habían hecho desde unos despachos de Europa, pero en realidad estos pueblos estaban vinculados por pertenecer al grupo otamari: en Benín se conocían como el Pays Betammaribè y en Togo, como el Pays Tamberma.
Llegamos a Nadoba que era un pequeño pueblo con mucho movimiento de motos. Allí, en el camino principal (no había ninguna carretera de asfalto), había una pequeña oficina de policía con tres comandantes que charlaban entre ellos muy tranquilamente. Nuestra llegada fue toda una sorpresa… Hacía pocos días que Togo había abierto sus fronteras después de meses cerrados por el Covid, así que se tuvieron que levantar y tomar los datos de nuestro pasaporte a mano. Las cosas allí se hacen lentamente, así que tuvimos tiempo de hablar con los policías sobre fútbol, sobre nuestro viaje y sobre la tranquilidad de Nadoba.
El policía nos dio un papel que era como una especie de justificante diciendo que habíamos entrado en el país, pero la visa no la tendríamos hasta que fuéramos a la comisaría de Kara, que era la ciudad más cercana. Así, pues, cogimos unas nuevas motos y Togo nos recibió con uno de los trayectos más bonitos que habíamos hecho en África. Afortunadamente, caímos bien al policía porque se enfadó con un motorista que nos quería cobrar de más y buscó uno que nos ofreciera un precio justo: por 2.000 CFA haríamos un recorrido de una hora en moto por la región de Koutammakou hasta llegar a Kandé, desde donde cogeríamos un taxi compartido hasta llegar a Kara, nuestro destino final.
La primera hora que estuvimos sobre una moto en Togo fue como soñar despierto. Con un paisaje precioso, fuimos cruzando pequeñas colinas y ríos, pasando junto a tatas del Pays Tamberma que eran conocidas como tekyete pero que mantenían la estupenda construcción que habíamos visto en Benín; conduciendo por terrenos agrícolas donde veíamos como la gente trabajaba la tierra con sus propias manos; y avanzando por un camino de tierra idílico que ni nuestra imaginación hubiera podido crear. Fue un recorrido magnífico que nos impregnaba de libertad, nos anhelaba de felicidad y nos daba energía con el fin de descubrir un nuevo país africano. ¡Bienvenidos a Togo!
Después de una hora haciendo de paquete sobre la moto, la presencia de más vehículos nos indicaba que ya estábamos llegando al final de este bonito viaje. De repente, al final de una recta encontramos a unas personas junto a una barraca que hicieron parar las motos. Los motoristas nos dijeron que teníamos que darles dinero por haber usado ese camino, pero nadie pagaba ninguna tasa excepto nosotros, que éramos los turistas y los blancos. Después de la tranquilidad de aquel recorrido, aquella parada nos trastornó y decidimos que no pagaríamos nada porque no habíamos hecho ninguna parada en las diferentes tatas que habíamos visto por el camino y, por lo tanto, sólo habíamos estado de paso. Después de mucho insistir y discutir, nos dejaron pasar y finalmente llegamos a Kandé, un pueblo situado en la N1, una carretera de asfalto que cruza Togo de norte a sur.
Allí, tardamos poco rato para coger una furgoneta que recogía pasajeros y que nos llevó finalmente a Kara, nuestro destino final. Una vez llegados, fuimos caminando hacia los apartamentos de la Marie Antoinette donde nos alojaríamos y descansaríamos para situarnos en un nuevo país, comprar tarjetas SIM, hacer todos los trámites de la visa y visitar la región de Koutammakou, también conocida como Pays Tamberma.
Como el día anterior nos habían dicho que al día siguiente había un ritual de cambio de etapa en el Pays Tamberma preguntamos a diferentes contactos que teníamos de aquella región si sabían algo. Uno, que se decía David, nos dijo que en un pequeño pueblo habría alguno pero que sería el siguiente miércoles. Era jueves, así que todavía quedaban días para ver este ritual. No nos cuadraba lo que nos había comentado la pareja catalana, así que insistimos y al final intuimos que el domingo se haría un ritual para un grupo de turistas, pero en cambio, el miércoles, tendría lugar en el Pays Tamberma un ritual donde unos adolescentes pasarán a la vida adulta llevando a cabo una danza conocida como danza des fouets.
Finalmente, estuvimos 6 noches en el apartamento de la Marie Antoinette esperando que llegara el día del ritual. Allí, pudimos tramitar la visa en un despacho de un policía enfadado que hizo mucho teatro para pedirnos dinero pero que no se salió con la suya; descansar; adelantar trabajo del blog; conocer a Leopold, un hombre mayor que nos acompañó a ver diferentes puntos interesantes de los alrededores de Kara; y preparar los siguientes días de nuestro viaje. Si queréis saber qué se puede hacer en Kara y en sus alrededores, podéis clicar en este enlace.
DIA 5: Por fin, había llegado el miércoles y ese día teníamos la certeza de que en un pequeño pueblo del Pays Tamberma se celebraría la danza des fouets. Nos despertábamos después de una noche lluviosa… Habíamos quedado a las seis del mañana con Kamue, un amigo de Leopold que tenía un taxi y que nos llevaría de nuevo al Pays Tamberma. Sin embargo, Kamue nunca apareció y tuvimos que ir hacia la parada de taxis a buscar una solución para llegar a la región de Koutammakou. Ese día era día de mercado en Nadoba, pero todos los vehículos ya habían salido hacia allí… Era demasiado tarde.
En la parada de taxis, conocimos a Alo, un hombre que nos acompañó con su coche hasta Bassamba, el pueblo donde nos habían dicho que habría la danza des fouets. Después, para volver ya nos espabilaríamos y ya encontraríamos algún vehículo que volviera del mercado hasta Kara. Como ya habíamos pasado muchos días en Kara, esa noche queríamos dormir en Sokodé, una población situada una hora al sur y de esta manera íbamos avanzando dirección, de nuevo, a la costa para completar nuestro recorrido circular por Benín y Togo.
Alo era un hombre de Kara muy amable, con quien pudimos estar conversando sobre el país. Afortunadamente, teníamos un transporte de ida y él también estaba encumbrado para poder ver aquel ritual. Pasamos por el control que habíamos encontrado ese día con las motos y, probablemente debido por el día gris que hacía, no encontramos a nadie reclamando ninguna tasa por los turistas. Finalmente, el Google Maps nos marcó el punto final donde vivía David. Alo aparcó junto a la carretera y fuimos caminando hasta su casa.
David era un guía del Pays Tamberma que nos había convocado en su casa. De hecho, había dos David que hacían de guía: uno de ellos era un hombre con el que habíamos hablado y que nos había dicho el día que se celebraría el ritual pero que no nos había hecho el peso; y el otro David que era un chico que nos cayó mejor (a pesar de no haberlo conocido). Llegamos a su casa situado en Bassamba, y allí nos encontramos unos hombres que apenas terminaban una reunión. David nos dijo que más tarde empezaría el ritual y que ya nos vendría a buscar, pero como los adolescentes todavía estaban en el bosque no sabía cuándo empezaría…
Así, pues, nos tocó hacer algo que habíamos aprendido mucho en África: esperar. Estuvimos sentados al lado de un tekyete espectacular. Allí, un hombre dormía sobre un banco, mientras un rebaño de ovejas reposaba frente a la casa. A diferencia de las tata, aquella casa no tenía diseños geométricos en sus paredes. Alo se fue a hacer una siesta en el coche. Él sabía que eso iría para largo.
Nosotros nos sentamos junto a un gran árbol que había junto a aquella construcción de barro, y allí estuvimos charlando y jugando con diferentes niños. Algunas niñas hicieron un balón con unos hilos y jugamos a ver cuántas veces de pie hacíamos a la pelota sin que cayera al suelo. Otros niños jugaban a picar de manos. Otros arrastraban un carro vacío que estaba allí… No había adultos y estábamos allí rodeado de unos niños de la casa de David sin saber qué teníamos que hacer y cuándo teníamos que esperar.
Estuvimos un largo rato esperando. De hecho, nos movimos varias veces… Sacamos la cabeza a un lugar donde había unos niños más grandes jugando a cartas, volvimos al camino principal para ver si había algún movimiento y allí solo estaba Alo durmiendo en el coche, fuimos a ver la casa de los vecinos… pero no se veía ningún movimiento que nos hiciera sospechar que estaría a punto de empezar la danza des fouets.
En uno de esos paseos por la carretera de tierra donde estaba el coche de Alo conocimos a Valentin, un hombre que vivía en aquel poblado y que nos dijo que el ritual se celebraba en un pueblo que estaba unos kilómetros más allá. Que no estaba en Bassamba, sino en una pequeña población que se conocía con el nombre de Quaterma. Despertamos a Alo, y le comentamos si nos podía llevar más hacia el norte. Como no sabía a dónde tenía que ir, Valentin también subió al coche y los cuatro condujimos por caminos hasta llegar a un lugar donde se empezaba a ver mucho movimiento de personas. Ahora sí, llegábamos al lugar donde se celebraría la danza des fouets.
Alo aparcó el coche en un descampado, y fuimos caminando hasta debajo un árbol que estaba lleno de motos aparcadas. Desde allí, la gente avanzaba caminando por un pequeño sendero hasta llegar junto a unas tekyete de un pequeño poblado (que debería ser Quaterma aunque no había ningún cartel) donde había mucha gente esperando. De repente, desde la lejanía aparecieron una serie de adolescentes que avanzaban con unos sacerdotes y que entraron a una de las casas tradicionales… Quaterma se había llenado de gente. De hecho, deberíamos ser más de un centenar de personas allí esperando que comenzara este ritual tan especial para el pueblo otamari.
Los adolescentes salieron de la casa y la gente se empezó a poner en círculo para ver el inicio de lo que se conoce como danza des fouets, donde los que quieren pasar a la etapa adulta tienen que demostrar a la sociedad que están preparados y, por este motivo, se azotan los unos a los otros con unos látigos largos. Algunos de ellos iban preparados con cascos de motos para protegerse la cabeza, otros llevaban escudos hechos con chapas y otros llevaban sombreros…
Se empezaron a emparejar de dos en dos, y luego empezaron a azotarse… Primero el uno, y luego el otro. El que empezaba cogía aire, y esperaba un tiempo que seguro que por el otro se hacía eterno, antes de alargar el brazo hacia arriba, tensar el látigo bien arriba y tirarlo en fuerza hacia el cuerpo del otro. De hecho, la fuerza era tanta que se podía oír perfectamente el ruido del aire como si fuera el del pardo de una abeja.
El otro, con cara de espantado, intentaba averiguar de dónde vendría el golpe y con su escudo se protegía de recibir un buen masticado. La cara que hacía segundos antes de recibir aquel golpe definía muy bien cómo se sentía aquella persona: con los ojos acechados y los dientes presionados entre ellos esperaba que si le tocaba aquel látigo, al menos, pudiera soportar el dolor ante todo el mundo.
Muchas veces, con los escudos o los movimientos que hacían podían salvarse de recibir un golpe de látigo. Pero otros no corrían la misma suerte… Algunos tenían marcas de sangre en la espalda en formas de líneas, prueba implícita de que había recibido un buen latigazo. Otros, recibían un pequeño golpe en el escudo y luego se preparaban para devolverle al otro toda la energía y rabia que había gastado con él. Aquí no había amigos, y todo el mundo azotaba con fuerza entre gritos cuando alguien se acercaba demasiado entre el público que estaba en el círculo o cuando alguien se apartaba demasiado de la pareja.
Ver aquel ritual era algo que no hubiéramos imaginado nunca, pero en el Pays Tamberma todavía mantenían una tradición ancestral y algunos chicos de al lado nos decían que ellos también habían pasado por lo mismo. La gente estaba exaltada, aplaudía, alababa, chispeaba y muchos, con los móviles en las manos, grababan los golpes de unos y otros mientras reían cuando alguien recibía fuerte y se enfadaban cuando alguien se acercaba demasiado hacia el público.
Al cabo de un rato de golpes, nos encontramos con David de Bassamba que vino a saludarnos y que nos había dicho que nos había venido a buscar a casa pero que ya habíamos marchado. Lo importante es que al final pudimos llegar, aunque estábamos sin palabras por lo que estábamos viendo, intentando comprender aquella tradición desde un amplio punto de vista. Alo también estaba alucinando y grabando todo lo que veía. Horas más tarde, nos explicaría que él dio este paso de etapa con el Evala, un ritual que consiste en una lucha entre chicos donde el objetivo es tirar al suelo a tu contrincante.
Ya llevábamos un buen rato contemplando la danza des fouets, así que decidimos marchar hacia Kara de nuevo. Alo se ofreció a llevarnos de nuevo hacia Kara por el mismo precio que nos había llevado, así que para ir rápido y no tener que buscar un transporte desde aquel pequeño poblado del Pays Tamberma, decidimos ir con él. Antes de marcharnos, sin embargo, tuvimos la oportunidad de conocer al otro David, el guía que no nos había hecho mucho el peso.
Él nos vino a saludar, y cuando lo vimos lo reconocimos en seguida. Era la persona que estaba en la barraca reclamándonos dinero durante nuestro primer día en Togo que íbamos en moto desde Nadoba a Kandé, y que nos habíamos negado a pagar. Estuvimos riendo con él y al final le pagamos los 1.500 CFA por persona como tasa para conocer la región de Koutammakou. Con aquel ritual que habíamos presenciado, los caminos que habíamos recorrido y el rato que habíamos disfrutado de aquella región, el precio era lo de menos.
Nos despedimos de los David y de Valentin agradecidos por ver uno de los rituales más impactante de nuestro viaje a África; y volvimos con Alo hacia Kara. Con nostalgia, nos despedimos también de los tekyete de la región de Koutammakou. Aquellas bellezas arquitectónicas del país otamari nos habían dejado completamente boquiabiertos. Dejábamos atrás el mundo rural y llegamos a la gran ciudad, donde después de comer en el restaurante de la Theresa, cogimos las mochilas y dijimos adiós al norte de Togo para volver hacia la costa. África nos estaba dando muchas experiencias que nunca hubiéramos imaginado vivir, pero, en el fondo, viajar es eso: salir de la zona de confort, abrir tu mente y recibir mucho más de lo que has dado.
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