Kara es una de las ciudades más importantes de Togo. De hecho, podríamos decir que es la ciudad más importante de la parte central y norte del país. Con una población de alrededor de 100.000 habitantes, es una ciudad donde vive mayoritariamente población de origen kabyé. Este es uno de los grupos étnicos más importantes de Togo, a donde alrededor de un 12% del total de la población pertenece a esta tribu que se desplazó del sur para buscar refugio hacia la región central del país, la región de Kara.
La principal celebración del grupo étnico mayoritario de Kara, la población kabyé, es la evala, una lucha entre dos personas cuyo objetivo es hacer caer al contrincante al suelo. Durante el mes de julio, la ciudad se prepara para recibir este evento que reúne a muchos jóvenes kabyé que quieren pasar a la edad adulta y, por este motivo, deben participar en la lucha de la evala. Aparte de la etnia kabyé, alrededor de Kara encontramos uno de los grupos étnicos más especiales del continente africano, el Pays Tamberma o Pays Betammaribé. Se trata de un grupo étnico dedicado principalmente a la agricultura y la ganadería que destaca por sus casas en formas de fortificaciones construidas con barro. Es un grupo que habita tanto en Togo como en Benín, y donde podrás quedar impresionado de la belleza de su arquitectura como también de sus tradiciones, si tienes suerte de asistir a algún ritual durante tu estancia en esta tierra.
Kara es una ciudad que está situada entre montañas y, por lo tanto, está rodeada de pequeños poblados donde podrás encontrar diferentes oficios como las personas que cusen la ropa, los que trabajan con la forja o los que trabajan con cerámica. Estos oficios ancestrales se han mantenido hasta hoy en día ya que Kara es una ciudad llena de comercio, con un mercado nuevo y mucho movimiento de personas y mercancías. Piensa que esta ciudad se encuentra en la carretera principal que une Lomé, al sur del país, con la frontera de Burkina Faso, al norte; y por este motivo, punto de parada de muchos comerciantes que se detienen en Kara y Sokodé para visitar sus mercados y hacer negocios.
Más al norte de Kara, encontramos otra región donde está la ciudad de Dapaong. Aunque actualmente es una zona conflictiva por la presencia de grupos yihadistas en la zona, en aquella tierra agrícola y rural podemos encontrar algunos de los refugios que usaron a la gente local para escaparse de los grupos tribales enemigos que los querían capturar para venderlos, posteriormente, como esclavos. Las cuevas de Nok, situadas en el pueblo de Nano, son un claro ejemplo de un pueblo que se escondió y construyó más de 100 graneros entre las rocas de un acantilado que domina todo la meseta de esta zona norte de Togo.
La región de Kara es una zona para descubrir de Togo. Una región que no es tan concurrida como Kpalimé (si queréis ver nuestra experiencia, clica aquí) o Lomé (para ver lo que vivimos en Lomé, clica aquí); pero donde podrás descubrir una África mucho más rural y mucho más desconocida donde seguro que disfrutarás de sus montañas, sus paisajes agrícolas y de los diferentes grupos étnicos que habitan en esta región de Togo.
¿Cómo llegar?
La ciudad de Kara es una ciudad que se encuentra muy bien conectada con el sur y el norte de Togo. Está situada en medio de la N1 y es un buen campo base para visitar los diferentes atractivos que presenta esta región. Incluso, tiene un aeropuerto que tiene vuelos regulares desde Lomé y que se encuentra a unos 30 kilómetros al norte, justo al lado de la N1.
Si quieres llegar a Kara en transporte público, tendrás que utilizar autobuses o también los conocidos como taxi brousse y que son furgonetas que compartes con otros viajeros y que te llevan de un lugar a otro. Las principales estaciones de estos vehículos se encuentran situadas en las entradas y salidas de la ciudad, dependiendo del destino hacia donde vayas. Por ejemplo, para ir hacia el sur, encontrarás la estación junto a la gasolinera SHELL que encuentras en el cruce de la N1 con la N16. Si quieres ir hacia el norte, tendrás que dirigirte a la N1 justo a la altura del nuevo mercado de Kara y donde encontrarás taxis y furgonetas que te llevarán hacia el norte del país.
A 55 kilómetros al norte de Kara, conduciendo por la N1 llegarás a la población de Kandé, que es el punto inicial para descubrir la región de Koutammakou y el Pays Tamberma, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Nosotros cogimos un taxi brousse y nos costó en junio de 2022 1.000 CFA en un trayecto que duró una hora.
Si quieres descubrir los pueblos tradicionales kabyè para ver a los herreros cómo trabajan con la forja o las mujeres como hacen cerámica, te recomendamos que vayas hacia las montañas de las afueras de Kara. Nosotros hicimos un recorrido circular. Primero, fuimos dirección a Ketao por la N16 y justo antes de Lassa nos adentramos por un camino de tierra que serpenteaba las montañas de Kabyè. Terminamos saliendo a la carretera principal que va de Lassa a Tchare y Pya. Allí nos desviamos por diferentes caminos para conocer los oficios tradicionales de la zona. Este trayecto lo hicimos con Kamue, un taxista de Kara muy simpático que podéis llamar al siguiente teléfono (no tiene Whatsapp) +228 90 25 08 96; o contactar directamente con Leopold que es un guía local de la ciudad y que podéis escribir por Whatsapp al +228 90 29 34 26.
Si queréis llegar aún más al norte de Kara, en la región de Sabana, tenéis que conducir por la N1 y pasado Kandé, seguir conduciendo atravesando el parque nacional de Kéran hasta llegar a Mango, la primera ciudad de esta región. Después, podréis seguir avanzando hasta Tandjouaré y Dapaong antes de llegar con la frontera con Burkina Faso. Cuando nosotros fuimos, esta zona estaba en una situación importante de inestabilidad por la presencia de pequeños grupos yihadistas que habían atacado a diferentes militares y poblados de esta zona de Togo que estaba totalmente controlada por los militares para hacer frente a esta amenaza terrorista. Nosotros tomamos todas las medidas para hacer un viaje de ida y vuelta a las cuevas de Nok que se encuentran situadas en la población de Nano, al oeste de Tandjouaré y que son uno de los refugios más bonitos que podemos encontrar al norte de Togo. Para comprobar la seguridad en esa zona, os recomendamos contactar con Koulbême, el guía oficial de las cuevas y que vive en la región y os podrá advertir de cómo está toda esa región y de cómo acceder a las cuevas de Nok de una forma segura. Su teléfono es el +228 92 51 15 86. De Kara a Tandjouaré tenéis que contar unas 2 horas y media de trayecto donde tendréis que pasar diferentes controles militares gestionados por el gobierno de Togo.
Si queréis ir hacia el sur de Kara, allí podréis descubrir las poblaciones de Bafilo, Aledjo y Sokodé. Bafilo se encuentra solo a unos 23 kilómetros al sur siguiendo la N1. La reserva de fauna de Aledjo con su falla se encuentra entre las poblaciones de Kpewa y Aleheridè. Para llegar, te tendrás que desviar en una pequeña circunvalación que sale hacia el oeste del país y que pasa por el medio de esta reserva. Finalmente, para llegar a Sokodé podrás coger un taxi brousse desde Kara que por un precio de 1.500 CFA te llevará hacia el pueblo kotokoli en un trayecto de 72 kilómetros que harás aproximadamente en una hora. Desde Sokodé, encontrarás diferentes autobuses que te llevarán hasta Lomé como el Nagode Bus que por un precio de 5.500 CFA y en un trayecto de 6-7 horas te llevará hasta la capital del país, situada junto al océano Atlántico.
Kara es una ciudad que está muy bien comunicada para llegar, aunque tendrás que vigilar con el tráfico de camiones que conducen por la N1 desde Lomé hasta el norte de Togo y Burkina Faso; así como encontrar la mejor manera para acceder a los diferentes puntos de interés que destacaremos a continuación.
¿Qué hacer en Kara?
En los alrededores de la ciudad de Kara, podrás realizar las siguientes actividades :
– Descubrir el pueblo otamari y uno de los Patrimonios Mundiales de la UNESCO como es el Pays Tamberma y sus particulares construcciones
Al norte de Kara, justo a la altura de Kandé, encontrarás el inicio de la región de Koutammakou, más conocida como Pays Tamberma y que es la casa del pueblo otamari. Este pueblo, que también encontramos en Benín y que se conoce como Pays Betammaribè, destaca por ser un pueblo de agricultores que viven en unas construcciones de barro muy especiales: las tekyete. Estos castillos en miniatura son unos ejemplos arquitectónicos maravillosos que podrás descubrir si visitas esta región, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO.
Para llegar al pueblo otamari, tendrás que conducir por la N1 hasta Kandé, que se encuentra a 55 kilómetros de Kara; y desde allí adentrarte hacia las montañas para descubrir las curiosidades de este pueblo ancestral. Piensa que al inicio del camino encontrarás una barraca donde cobran una tasa turística para visitar esta región y que vale 1.500 CFA por persona. La mejor forma para visitar este pueblo será hacerlo con algún guía local como David que lo podéis localizar por Whatsapp en el siguiente teléfono +228 91 83 39 90.
Aparte de sus viviendas y su magnífico entorno, el Pays Tamberma destaca también por ser un lugar de rituales y tradiciones ancestrales, como la danza de los fouets que tuvimos la ocasión de ver en Cuaternma, donde los adolescentes dan el paso hacia la vida adulta en una ceremonia ante todo el pueblo donde luchan en flagelarse con unos látigos. Si quieres saber más información de toda esta región, podrás verla en el siguiente enlace.
– Hacer un recorrido circular por Tcharé, Pya y Mount Kabyé con el fin de descubrir los herreros tradicionales, las mujeres haciendo cerámica y los poblados kabyè
Justo en las afueras de Kara, encontramos diferentes poblaciones rurales situadas en las montañas conocidas como Mount Kabyé. Si allí, de vez en cuando, sientes el ruido de golpes de piedra, significa que estarás cerca de algún taller tradicional que trabajan con hierro forjado. Una experiencia muy interesante de conocer para ver las duras condiciones con las que trabajan y todo el proceso de cómo consiguen hacer este tipo de hierro. Estos talleres tradicionales se encuentran principalmente en las poblaciones de Pya y Tcharé.
Nosotros tuvimos la suerte de ver un taller tradicional de hierro forjado. Allí, unos cuantos chicos jóvenes y fuertes utilizaban diferentes herramientas como una piedra para hacer de martillo, un ventilador de aire para reanimar el fuego, o unas pinzas para girar el hierro; y con sus manos trabajaban para hacer hierro forjado y diferentes objetos de hierro, como palas.
Después de poner el hierro al fuego, uno de los chicos cogía una piedra grande y empezaba a picar el propio hierro con el fin de darle la forma deseada. Levantaba la piedra hasta arriba y, con todas las fuerzas, bajaba la piedra hasta el suelo para darle un golpe al hierro caliente. El ruido del golpe de la piedra se sentía desde la distancia, y este ritual lo iban haciendo hasta que el joven se cansaba, y luego lo sustituía otro chico. Ver este proceso fue una de las mejores experiencias de nuestro recorrido por Kara con el fin de descubrir oficios ancestrales que hoy en día todavía se llevan a la práctica con el fin de fabricar objetos de hierro y después, venderlos en el mercado.
Aparte de talleres artesanales, alrededor de Tcharé y el Mount Kabyé también encontraremos pueblos tradicionales kabyè que destacan por estar situadas en las montañas, los lugares donde antiguamente se refugiaron otras tribus enemigas. Sus casas se conocen con el nombre de sokala y consisten en casas circulares hechas de barro y con techos de paja situadas junto a árboles milenarios y campos cultivados por la propia familia. Estas casas están construidas contiguamente una al lado de la otra, dando lugar a un patio exterior circular. En las sokala solo se puede entrar por un punto de acceso. En este punto de acceso, suele haber otra casa circular de barro que hace la función de vestíbulo y desde donde entra y sale toda la familia hacia el exterior.
En Pya y en sus alrededores, también podrás descubrir diferentes lugares que trabajan con la cerámica. Este oficio, donde predomina la mujer, es uno de los otros oficios históricos de esta región. Las mujeres siguen con la tradición de fabricar la cerámica totalmente a mano, sin ningún torno. Se suelen poner en un lugar exterior al lado de su casa, y utilizan una técnica de cocción abierta donde encienden un pequeño fuego sobre una base de ramas secas y desde allí trabajan con la cerámica.
Visitar los herreros tradicionales de Tcharé, las mujeres haciendo cerámica o una casa tradicional kabyé es una de las actividades que debes hacer si estás en Kara, la ciudad más importante para este grupo étnico. Nosotros tuvimos la suerte de ir con Leopold, un guía de Kara, que nos llevó hasta diferentes lugares de las montañas de Kara para conocer la arquitectura y las características de la población kabyé, uno de los grupos tribales más importantes de Togo.
– Conocer los tejedores de Bafilo
Bafilo es una pequeña población situada junto a la N1, a unos 23 kilómetros al sur de Kara. En este tranquilo lugar, podrás descubrir diferentes tejedores que trabajan con el tejido de forma tradicional. Estos cogen larguísimas bandas de hilos que luego coserán entre ellos con la ayuda de un telar y una sincronía de movimientos de pies y manos rapidísima. Con estos hilos, formarán prendas con las que fabricar todo tipo de cosas como bolsos, ropa, estuches, etc…
El lugar más conocido es la cooperativa de tejedores de Bafilo situado en el barrio de Didaourè, donde encontrarás personas de diferentes edades que aprenden el oficio tradicional de tejedor y también una tienda donde podrás llevarte algún recuerdo a casa. Si quieres saber más, puedes ver este pequeño vídeo en este enlace.
– Visitar el mercado de Sokodé y conocer la población kotokoli
Sokodé es la segunda ciudad más importante de Togo, por detrás de Lomé. Con un número de habitantes similares a los que tiene actualmente Kara, este pueblo se encuentra a unos 72 kilómetros al sur de Kara por la N1. Es un pueblo mayoritariamente musulmán donde vive la población temba, también conocida como kotokoli.
La palabra kotokoli viene de Koto Kolim y significa, etimológicamente, «aquellos que dan y reciben», ya que su población se dedica principalmente al comercio de ganado. A pesar de todo, la palabra kotokoli cogió una connotación peyorativa y por este motivo, mucha gente los llama pueblo temba. Como buenos comerciantes, una de las actividades principales a realizar cuando visites Sokodé es ir a caminar por sus mercados animados, donde encontrarás animales y muchas otras cosas más, como comida, ropa, electrodomésticos y centenares de personas que, con trajes de colores, trabajan como comerciantes.
La ciudad de Sokodé también destaca por la cantidad de minaretes que hay, ya que es una ciudad principalmente musulmana gobernada por un sistema representativo en donde participa la administración municipal y también diferentes jefes de diferentes clanes que han gobernado históricamente en la ciudad. Durante el tercer mes del año lunar islámico, en Sokodé se celebra un ritual conocido como la danza de los cuchillos que es un evento tradicional que no te puedes perder si estás por la ciudad.
Sokodé es una ciudad muy alargada, donde te podrás mover con los diferentes Zem que van con sus motos a la espera de coger nuevos clientes; y donde encontrarás alojamientos, restaurantes y muchos de servicios. A pesar de ser la segunda ciudad más grande del país, es una ciudad tranquila con un gran mercado a descubrir y diferentes grupos tribales como los kotokoli, los holi o los fulani.
– Visitar las cuevas de Nok, en la región de Dapaong
En un paisaje impresionante, detrás de espectaculares acantilados de 437 metros de altura, encontramos las cuevas de Nok, un lugar que sirvió de refugio para poblaciones locales durante las incursiones de diferentes grupos tribales que tuvieron lugar entre los siglos XVII y XIX y donde buscaban esclavos para vender a las potencias europeas.
Estas cuevas, situadas en el pueblo de Nano a unos 30 kilómetros de Dapaong, la última ciudad antes de llegar a Burkina Faso, estaban situadas dentro de la roca de los acantilados y son un testimonio del ingenio ancestral de las poblaciones locales donde establecieron más de 130 graneros centenarios, construidos al estilo tradicional con materiales locales como el barro, la piedra y la paja, entre otros. Allí, se guardaban alimentos, herramientas, pequeñas estatuillas que hacían la función de divinidad protectora y también dormían las mujeres, los niños y las personas mayores que se refugiaban de los ataques, mientras muchos hombres luchaban contra las tribus enemigas. Era un refugio inaccesible y que, hasta el día de hoy, todavía se ha mantenido tal y como estaba.
La belleza y sencillez de este lugar es, sin duda, una de las paradas que más nos gustó durante nuestro viaje a Togo. Sin embargo, debido a las condiciones de seguridad de la región con presencia de grupos yihadistas es imprescindible comprobar cómo está la zona para poder acceder a ella. Nosotros contactamos con el guía oficial de las cuevas, Koulbême, a quien podéis localizar enviando un Whatsapp a su teléfono que es el +228 92 51 15 86. Él está trabajando incansablemente para que estas cuevas tengan su reconocimiento histórico y turístico, y os organizará la gestión de la visita.
Visitar las cuevas de Nok significa sumergirte en un paisaje inolvidable de un atractivo indescriptible. El trayecto entre campos y pequeños poblados y el ascenso hasta arriba del acantilado desde donde podrás observar toda la llanura de Dapaong es uno de los caminos más bonitos que hemos hecho. Además, la historia que se esconden detrás de estas cuevas clavadas en la roca y en los graneros hacen que sea una visita única en un lugar muy bien cuidado y respetado por la población local y por toda la memoria que representa.
– Visitar la reserva de fauna salvaje de Aledjo y visitar su falla
La reserva de Aledjo es una reserva de unas 765 hectáreas que se extiende entre las regiones centrales del país y Kara, cerca de las poblaciones de Kpéwa y Alehéridè, ambas situadas en la N1. Allí, aparte de pequeños antílopes, podrás ver diferentes especies de primates como los babuinos. Pero Aledjo es principalmente conocido por su falla que encontrarás si coges la carretera que está más al oeste y que va de Kpéwa a Alehéride.
Esta falla consiste en un impresionante corte hecho en la roca por los colonizadores alemanes cuando querían abrir camino para ir al norte del país. Hasta el día de hoy, todavía se ha mantenido intacto y es un lugar muy fotogénico para hacer diferentes fotografías con esta formación rocosa situada justo en medio de la carretera.
– Ver el Evala, el ritual de iniciación de la población Kabyé
Kara es una región donde vive principalmente el grupo étnico Kabyé que tiene un ritual muy interesante conocido como Evala. El Evala es el primer paso que debe dar todo aquel hombre que quiere pasar hacia la vida adulta. Si en el pueblo otamari, este ritual se celebraba con la danza des fouets (para saber más, podéis clicar aquí) o en el reino de Abomey con la danza de veneración hacia el dios Zakpata (para saber más, podéis clicar aquí); en Kara todo adolescente participa alguna vez en la Evala.
Evalo significa en lengua kaybé «luchador». Por este motivo, esta danza gira en torno a la lucha. Los adolescentes que quieren pasar a ser hombres tendrán que luchar entre ellos con el objetivo de hacer caer a su oponente, como si fuera un combate de judo. Con las manos y su cuerpo, tendrán que luchar durante 3 años contra diferentes adversarios para demostrar que ya son todos unos hombres. Esta ceremonia suele tener lugar durante las primeras semanas de julio, donde el día más importante es el segundo sábado de cada julio. Por eso, si estás por la zona, no te puedes perder este ritual tradicional que practica la población kabyé.
¿Dónde dormir en Kara y sus alrededores?
Sokodé y Kara son la segunda y tercera ciudad más importantes del país, respectivamente. Allí, encontrarás diferentes alojamientos con el fin de descubrir la región central del país y la región de Kara. A continuación, destacaremos los lugares donde nosotros dormimos en junio de 2022 durante nuestro viaje en transporte público por Togo:
– Appartament Marie Antoinette: Este alojamiento situado en la ciudad de Kara, en Togo, es uno de los mejores lugares para hacer campo base y visitar la región de Koutammakou, que se encuentra a unos 75 minutos al norte, así como también los alrededores de Kara, una gran ciudad donde encontrarás todo tipo de servicios. Aquí, podrás encontrar apartamentos con cocina, wifi, nevera, aire acondicionado y también aparcamiento resguardado. Nosotros nos estuvimos 6 días mientras esperábamos que nos confirmaran a dónde se celebraría el ritual de iniciación a la vida adulta de un pequeño poblado del Pays Tamberma. Una buena opción si te encuentras en el norte de Togo. Para más información, podéis clicar aquí o llamar Marie Antoinette al +228 90 05 73 13.
– Bonne Auberge Sokodé: Este alojamiento se encuentra al norte de Sokodé, justo al lado de la carretera principal N1 y al lado de diferentes restaurantes. Omar es su propietario y os atenderá con los brazos abiertos. Tienen diferentes habitaciones interiores anchas, ideales para descansar y reponer durante tu recorrido por Togo. También ofrece restaurante. Desde allí, podrás ir hasta el mercado o al centro de la ciudad con Zems por unos 250 CFA. Este alojamiento es una de las mejores opciones relación calidad-precio para estar en Sokodé. Para más información, podéis llamar o escribir un Whatsapp a Omar en el siguiente teléfono: +228 90 02 78 45.
Nuestra ruta
DIA 1: Después de que el día anterior dejáramos atrás el Pays Betammaribè, cruzáramos una de las fronteras más rurales y tranquilas durante nuestro viaje a África y andamos con unas motos durante una hora por caminos de tierra entre montañas y un paisaje espectacular cruzando la región de Koutammakou del pueblo otamari, nos despertábamos por primera vez en Togo, en los apartamentos de la Marie Antoinette de Kara.
Hoy era el primer día en el país y por lo tanto, tocaba hacer diferentes gestiones que siempre solíamos hacer los primeros días. En África, las gestiones no acostumbran a ser rápidas, así que nos esperaba un día largo por delante. Afortunadamente, Togo compartía la misma moneda que Benín, los francos africanos, así que la gestión del cambio de divisa nos la pudimos saltar.
Fuimos también a buscar una tarjeta SIM para obtener datos de Internet y tener cobertura telefónica por Togo. A diferencia de otros países, no podíamos obtener la tarjeta a ninguna persona que estaba bajo un paraguas con el emblema de Togocel, la principal empresa de telecomunicaciones del país. Teníamos que ir a la sede central para hacer todo el trámite desde allí. Por eso, fuimos caminando hasta la oficina que se encontraba en las afueras de la ciudad. Era un día húmedo y caluroso, pero al entrar en la oficina nos tuvimos que abrigar por la fuerza del aire acondicionado.
Allí, había muchas personas haciendo cola, así que cogimos nuestro turno y nos esperamos asentados en unos bancos mientras contemplábamos a los diferentes empleados que estaban en unas 5 mesas atendiendo a los clientes. En una televisión, había anunciado el número de turno correspondiente. El ritmo era lento y estuvimos alrededor de dos horas esperando hasta que nos tocó el turno, presentamos nuestro pasaporte y pudimos conseguir la tarjeta SIM con datos de Internet para poder viajar por Togo durante las siguientes semanas. Primera tarea realizada.
Ahora tocaba ir un momento al mercado a comprar diferentes víveres para guardar en el apartamento, que tenía cocina, y así podríamos cocinar algunas comidas en casa. El mercado estaba lleno de paradas de frutas y verduras, así que elegir una era tarea difícil. Al final, nos paramos en una parada donde la fruta era muy bonita y compramos unos cuantos mangos que era nuestra fruta habitual en nuestra rutina africana. De vuelta, paramos en una especie de almacén donde vendían diferentes tipos de alimentos y cogimos pasta, salsa tomate y algunos yogures. Ya teníamos la compra hecha. Segunda tarea acabada.
Finalmente, llegó la tarea más halagüeña de todas: conseguir la visa para Togo. Nosotros entramos por el paso transfronterizo de Nadoba, al Pays Tamberma. Allí, había una sala con cuatro policías que anotaban los nombres de la gente que pasaba y te ponía un sello en el pasaporte, pero para conseguir una estancia en Togo de más de 7 días, era necesario ir a la comisaría de policía de Kara o Lomé y conseguir una visa turística de 30 días.
Para conseguir esta visa, primero tuvimos que ir a la oficina de correos OTR que estaba al lado del cruce principal de Kara, en la carretera que iba hacia el sur del país. Allí, pagamos un sello por cada uno por 10.000 CFA (unos 15 euros al cambio) que serviría para tramitar nuestras visas. Con este sello y nuestro pasaporte, solo faltaba ir a la comisaría de policía principal para que nos dieran la visa turística de 30 días para visitar Togo. Era un simple paso pero que, por culpa del policía de guardia que había, se convirtió en una odisea.
Llegamos a la comisaría y el guardia, con un tono de voz potente y serio, nos dijo que allí no se podía obtener la visa ya que teníamos que conseguir unos sellos en otra oficina. Su cara fue de sorpresa cuando vio que le mostrábamos los sellos que habíamos comprado. Nos hizo pasar en una pequeña habitación y dijo que nos esperáramos y que ya vendría a hablar con nosotros. Estuvimos un buen rato sentados en unas sillas frente a una mesa de oficina con un ordenador del año del picor. De repente, la puerta se abrió y apareció el propio policía con una cara muy seria. Nos pidió el pasaporte, miró los sellos que nos habían puesto en Nadoba y tiró los pasaportes sobre la mesa… Con esos pasaportes no podíamos obtener la visa turística, dijo. Lo habíamos hecho mal y ahora era imposible arreglar aquel asunto y obtener la visa. Levantaba los brazos y gesticulaba como si estuvieras actuando en una de las salas de teatro más importante de Kara… Nosotros, pacientes y quietos, le comentamos que nos habían dicho que sí podíamos hacer la visa turística y que, incluso, lo habíamos visto en la web de inmigración de Togo (esto era mentira) y que con los sellos que habíamos comprado a la OTR, él nos tenía que tramitar las visas gratuitamente. El policía calló, y esperó e hizo que no con la cabeza… Salió hacia fuera. Era una de las muchas escenas de teatro que habíamos vivido en África donde intentan que te pongas nervioso para que des un cuánto dinero y así se ganan un sobresueldo. Al cabo de un buen rato, el policía volvió con mala cara y al ver que nosotros nos manteníamos con la misma posición, dijo la típica frase final de: «¡Está bien, aunque no se puede hacer yo haré una excepción para vosotros y os tramitaré la visa!». Nosotros le agradecimos su trabajo (aunque quizás nos deberíamos haber quejado de su mala praxis) y salimos con la visa en nuestros pasaportes, que era lo más importante. Finalmente, la tercera tarea ya estaba cumplida!
Ya se iba haciendo oscuro en Kara y en las calles había mucho movimiento de personas que deberían volver hacia su casa después de un día de trabajo en la segunda ciudad más importante del país. Nosotros, para celebrar todas las gestiones que habíamos conseguido, decidimos ir a cenar a una pizzería que se decía Kara Pizza (un nombre muy original) que llevaba Stefan, un francés de Marsella que llevaba once años viviendo en Kara.
Hicimos unas cervezas y una pizza cada uno por un precio de 6 euros y cenamos muy bien en la pequeña terraza que tenía en el exterior de una calle de tierra sin iluminar. La luz y el alumbrado público en Togo y en muchos países africanos destaca para ser escaso, pero teníamos la suerte de que la pizzería se encontraba cerca de los apartamentos de la Marie Antoinette, así que nos fuimos a descansar después de un día largo de gestiones. Para solucionar la lentitud de la burocracia de muchos países africanos necesitas mucha dosis de paciencia y, sobre todo, tiempo.
DIA 2: Hoy habíamos quedado con Leopold, una persona que nos recomendó Euloge de Benín. Lo habíamos llamado el día anterior, y, a pesar de su francés africano donde se comía la mayoría de palabras, nos pudimos hacer entender para quedar en nuestro apartamento y hablar de las actividades que podíamos hacer en Kara.
Estábamos desayunando tranquilamente en el apartamento una tostada con mantequilla cuando de repente se abrió la puerta y apareció un hombre de unos 50 años (acertar la edad en África es misión imposible), bajito y salpicado, que llevaba unos texanos viejos y una gorra. Era Leopold que nos había venido directamente a ver. Se sentó en el sofá como si estuviera en su casa y fue por trabajo: ¿cuántos días teníamos en Kara?
Nosotros nos presentamos, estuvimos charlando un rato y al final le comentamos que nos quedaríamos unos días en Kara para hacer tiempo para ver una danza tradicional en el Pays Tamberma que tenía lugar el miércoles siguiente. Él nos dijo que conocía a un tal David, de quien ya teníamos el contacto. Allí, toda la gente que se dedica a ser guía o al turismo se conoce. Como era sábado, todavía nos quedaba unos cuantos días para hacer alguna actividad por los alrededores de Kara, aunque también queríamos descansar algún día.
Leopold, que hablaba como enfadado, nos comentó que podríamos hacer una visita a los pueblos que trabajan la forja, hacer un recorrido por las montañas de Kara y visitar alguna comunidad local. Él iba repitiendo que no nos preocupáramos, que con Leopold estaríamos muy seguros y que nos cuidaría como si fuéramos sus hijos. Pero el tono enfadado y grosero no ayudaba a entender este mensaje… Leopold era un guía especial, pero teníamos muy buenas referencias de Euloge, así que le dijimos que ok.
Así pues, en seguida Leopold llamó a un amigo suyo taxista, Kamue, que al cabo de nada también estaba en nuestro apartamento. Negociamos un precio por la excursión y subimos al taxi dirección a las afueras de la ciudad. Fuimos hasta el cruce principal de Kara y allí siguimos la carretera donde estaba la oficina de sellos OTR donde habíamos comprado los sellos por la visa. Aquella carretera iba a parar a Benín, pero nosotros nos desviamos por una carretera de tierra que se enfilaba haciendo zigzag. Y es que la ciudad de Kara destaca por estar en una zona de montañas.
El paisaje era muy bonito, aunque el día no acompañaba ya que había bastante nubes que amenazaban a lluvia. Junto a los caminos, pequeñas aldeas de barro y plantaciones donde veías a la gente trabajando la tierra o transportando troncos sobre las bicicletas o encima de sus cabezas.
Después de esta primera ruta panorámica en coche, llegamos a otra carretera y Kamue se detuvo en el arcén. Bajamos y Leopold nos dijo que lo siguiéramos que iríamos a ver un pueblo de la tribu kabyé. Pasamos por medio de unos huertos donde nos cruzamos con alguna serpiente que nos hizo un espanto mientras los niños que nos acompañaban reían de nuestros saltos.
Finalmente, después de pasar por el lado de un gran baobab, llegamos a una pequeña casa redonda de arcilla para donde entramos y salimos hasta dentro de un patio donde había un conjunto de casas redondas contiguas y que era donde vivía la familia y guardaban también los animales. Estas casas, de barro, tenían el techo de paja que se aguantaba por troncos de madera.
Allí, pudimos saludar al jefe de la familia y que era el señor mayor y sentarnos un rato mientras Leopold hablaba con ellos con su lengua local. Aquella familia no hablaba nada de francés. Aprovechamos para hacer un juego de magia con unas piedras que dejó a los niños bien encantados, y compartimos un rato juntos entre ruidos de gallos y alguna gota de lluvia que caía en el exterior. Nos encontrábamos en una vivienda rural de la región de Kara, característico de la tribu kabyé, un grupo tribal que vive principalmente de la agricultura de subsistencia.
Nos despedimos de aquella familia y volvimos al coche a donde nos esperaba Kamue. Después de una pequeña parada en un memorial de los soldados que murieron durante la guerra por la Independencia, avanzamos hasta llegar a una iglesia que tenía unas vistas espectaculares sobre la región. Leopold nos explicó que él era católico y que en la zona de Pya había una misión católica muy importante.
Finalmente, continuamos con nuestro recorrido circular hasta llegar al pueblo de Tcharé. Allí, después de preguntar a diferentes motoristas, llegamos hasta unas pequeñas casas de donde salía un ruido muy estridente: nos encontrábamos en una zona donde trabajaban la forja. Bajamos del coche y nos acercamos para verlo y quedamos alucinados de este oficio y de la fuerza que se necesita.
En una casa circular, había un fuego en el suelo que era revivido para un chico musculoso sin camiseta que estaba bien sudado. Con un abanico, iba animando las llamas mientras al otro lado, un chico con los músculos que le salían de la espalda y los brazos, picaba con una piedra de grandes dimensiones el hierro forjando una pala, una de las herramientas que estaban construyendo en aquel caso. En aquel pequeño espacio circular también había otro chico que reposaba y que se iba intercambiando con la persona que picaba la piedra.
Era un trabajo mecánico, donde el ruido de la piedra picando el hierro se convertía en una banda sonora continua sólo interrumpida por las virutas del fuego y el aire del abanico. Se pasaban horas haciendo aquel oficio con el fin de construir herramientas que luego vendrían para que la gente pudiera utilizarlas en el campo. Trabajar con la forja era uno de los oficios más complicados y duros que habíamos visto en el continente africano.
Después de esta experiencia, fuimos a parar a la carretera de Kandé a Kara que ya habíamos hecho el día que habíamos llegado al país. Leopold, contento de habernos enseñado una parte más rural de la región, y Kamue, contento de habernos acompañado, nos dejaron en el apartamento y nosotros fuimos a comer a uno de los establecimientos que más nos gustaron de Kara: una parada en la calle donde una mujer cocinaba un arroz con salsa buenísimo. Un plato y una bebida costaba 1.100 CFA por persona, 1.70€ al cambio.
Por la tarde, nos quedamos en el alojamiento descansando y preparando la jornada maratoniana de mañana domingo. Habíamos quedado con Kamue que nos acompañaría hasta Tandjouaré, un pueblo al norte de Togo, donde habíamos quedado con Koulbême que era el guía de las Gruttes de Nok, unas cuevas muy bonitas en la región de Dapaong.
Después de oír tantas veces el nombre de Dapaong, por fin podríamos hacer una visita rápida de un día a pesar de la situación de inestabilidad de la zona por la presencia de grupos yihadistas. Hacía años que conocíamos a Dapaong de forma telemática, ya que esta era la región donde vivía y hacía de misionero Joan Soler, un párroco que estuvo en nuestro casal parroquial de Sant Josep, y que justo volvió a Cataluña cuando lo queríamos ir a ver hace unos años atrás. Ahora, después de unos años, podríamos ir a ver esta zona más rural de Togo y descubrir unas cuevas increíbles donde se refugiaron diferentes grupos tribales. Al día siguiente tocaba llevarse muy temprano ya que nos esperaba un trayecto de 2 horas y media hasta llegar a Tandjouaré.
DIA 3: Hoy era un día especial. Después de oír muchas veces el nombre de Dapaong, pisaríamos esta provincia. El lugar donde estuvo muchos años Joan Soler, un misionero con quien compartimos diferentes cursos en el casal parroquial de Sant Josep de Girona. Desgraciadamente, él ya no estaba allí y la situación de esta zona, tal como nos dijo Joan, no era la mejor, con presencia de grupos militares que intentaban controlar el avance del jihhadismo en la región; pero tomando las medidas preventivas como no compartir la localización directa con nadie o no haber dicho nada de nuestro plan, pudimos pasar un día muy bonito en la región de Dapaong.
El día comenzó muy temprano, ya que nos esperaba una ruta en coche de más de dos horas hasta llegar a Tandjouaré. Muy temprano, Kamue ya nos esperaba ante los apartamentos de la Marie Antoinette. Él era un personaje amable y de confianza, y aprovecharía para recoger diferentes pasajeros por el camino y hacer una ruta larga y provechosa por su negocio. Así que justo cuando todavía clareaba, subimos al coche de Kamue y avanzamos hacia el norte de Kara.
Kamue aprovechaba para ir tocando el cláxon cuando veía personas que estaban de pie en la carretera para ver si querían subir a su taxi. Subimos unas mujeres y también un chico que iban dirección hacia el norte. En un coche atroz, de asientos del año del picor y con un ruido fuerte del motor que era contrarrestado por el volumen alto de la radio, condujimos hasta Sansanné-Mango donde bajó buena parte del pasaje. Después de esta población, faltaban 45 minutos hasta nuestro destino final. En esta última parte de la ruta, ya tuvimos que pasar diferentes controles militares situados a lo largo de la N1. Finalmente, al cabo de 2 horas y 30 minutos de coche llegábamos al cruce a donde habíamos quedado con Koulbême, el guía de grutas de Nok y que nos esperaba con una moto para hacer la última parte del trayecto con él.
Nos despedimos de Kamue, que nos volvería hacia Kara al cabo de unas horas, y cambiamos el coche por la moto de Koulbême, un chico que ya nos estaba esperando en el cruce con su moto y con quien avanzaríamos por caminos de tierra durante unos 40 minutos de trayecto hasta llegar arriba las grutas de Nok. Cambiamos el asfalto por la pista y avanzamos hacia el interior de la provincia de Dapaong, en un paisaje rural increíble.
Pasábamos por diferentes poblados, personas en bicicleta, gente a pie, campos que estaban siendo labrados con mulas y un entorno verde y totalmente campestre. Nos encontrábamos en una región agrícola que estaba situada a los pies de una pequeña montaña que sobresalía y que era nuestro objetivo. Arriba de todo de aquella colina que emergía de la tierra, se encontraban las cuevas de Nok, nuestro destino final. El trayecto en moto, donde íbamos los 3 bien cogidos, seguramente fue uno de los trayectos más bonitos de los que hemos hecho en el continente ya que estábamos en un lugar remoto donde nos estábamos amarrando de una África muy auténtica.
Después de dejar atrás el pueblo de Nano, empezamos a subir para unas carreteras en zigzag con fuerte pendiente. La moto aquí ralentizaba la marcha ya que el peso de los pasajeros se notaba. Pasábamos entre pequeños bosques de árboles, caminos que se erigían hacia dentro de los árboles y la carretera cada vez se volvía más estrecha hasta convertirse en un sendero que pasaba por el lado de algunas casas hasta que llegamos en un pequeño cartel de la UNESCO a donde se anunciaban las cuevas de Nok. Después de más de 3 horas de trayecto desde Kara, llegábamos a un lugar muy especial y desconocido, que actualmente está en estudio con el fin de obtener el sello de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Las cuevas de Nok son unas cuevas que albergan buena parte de la historia de la población local que actualmente habita en la zona de Nano. Allí, se refugiaron mientras tenía lugar diferentes incursiones de grupos tribales enemigos que buscaban capturar personas con el fin de venderlos como esclavos y obtener un rédito económico y predominante ante las potencias europeas. La población decidió esconderse justo en el centro del acantilado con la construcción de cuevas y graneros donde guardaban la comida para alimentarse durante todo el tiempo que duraba el conflicto.
Desde allí podían ver la llegada del enemigo y los niños, las personas mayores y las mujeres podían estar en un lugar seguro mientras los hombres bajaban a la meseta a luchar. Era un escondite perfecto, ya que nadie se podría imaginar que en aquel acantilado se podía refugiar toda una población que pagaba las consecuencias de la inestabilidad generada por el comercio de esclavos y por la expansión de muchos grupos tribales enemigos como los Dagomba o los Chakosi, proveniente de la zona actual de Ghana, Togo y Costa de Marfil.
Para poder ver las cuevas, primero tienes que bajar para unas escaleras clavadas en la roca y que te llevan a visitar los más de 130 graneros que se construyeron sobre la roca. Podrás entrar dentro del propio acantilado donde se excavaron la piedra para poder esconder la población local y guardar los alimentos frescos. Los diferentes graneros son principalmente de forma cilíndrica, y algunos también tenían un trasfondo divino, ya que simbolizaban la protección del pueblo hacia el enemigo.
Caminar por aquel refugio que guardaba tanta historia era una experiencia brutal. A los ojos de Koulbême veías la pasión por mantener viva la memoria de aquella población que, hoy en día, vive de la agricultura en la meseta de Nano pero que se tuvo que refugiar en aquel pequeño poblado creado arriba del acantilado y que hoy se conoce como cuevas de Nok (o también cuevas de Nano).
Después de la visita de este lugar único y espectacular, afrontamos el trayecto de vuelta, pero antes tocaba embadurnarse de la belleza de la llanura de la región de Dapaong. Desde arriba del acantilado teníamos unas vistas increíbles de todo aquel entorno rural que habíamos atravesado en moto. De hecho, se podía ver el camino de tierra que habíamos trazado y los diferentes pueblos rurales que, día a día, trabajaban en el campo protegidos por la belleza y la inmensidad de este acantilado.
A la vuelta, mientras pasábamos entre campos de cultivos, pequeños poblados y personas trajinando mercancías arriba y abajo, entendimos la belleza del lugar que tanto nos había hablado Joan Soler, y comprendimos el porqué se había enamorado de aquella tierra y de aquella gente que parecía tan humilde y tan sencilla. Era una zona muy rural y de un entorno espléndido, así que hicimos esta parte del trayecto con una sonrisa en los labios que no marchaba mientras nos volvíamos a decir que éramos unos afortunados de descubrir lugares tan impensables y remotos como las cuevas de Nok y la zona de Nano. Afortunados de poder visitarlo, de poder ir, de poder vivirlo y de poder explicarlo. Gracias Nano, gracias Nok y gracias Koulbême.
Volvimos al cruce y, allí, escribimos a Kamue que nos dijo que se empezaba a preparar para salir. Eso significaba empezar a buscar pasajeros en Tandjouaré teniendo en cuenta que tenía que guardar dos espacios para nosotros. Mientras esperábamos, estuvimos hablando con Koulbême sobre la necesidad de salvaguardar esta zona de las amenazas y de tener la promoción adecuada para incentivar un turismo responsable en esta región. Ellos estaban esperando poder ser aprobados por la UNESCO como Patrimonio Mundial porque les abriría muchas puertas para mantener y conservar la belleza de esta región y de las cuevas de Nok y para poder tener una nueva fuente de ingresos tan necesaria en una población que vive plenamente de la agricultura.
Finalmente, al cabo de un buen rato, el coche de Kamue se detuvo en el arcén de donde estábamos nosotros asentados mientras comíamos un mango que nos habíamos comprado en una parada que había al otro lado de la carretera. Nos despedimos muy agradecidos a Koulbême por su acogida y su hospitalidad, y subimos al coche de Kamue que ya estaba lleno de pasajeros. Él nos miró con una sonrisa bajo la nariz diciendo que ya haríamos sitio, que solo sería un momento, así que subimos los niños sobre nuestras faldas y empezamos a hacer la ruta de vuelta hasta Kara.
Evidentemente, el momento que nos había dicho en Kamue fue un buen rato. Allí, en África, los taxistas aprovechan hasta el último espacio del coche para poder subir mercancías y personas, y allí estábamos nosotros como ejemplo, donde había más de 9 personas en un coche, muy estrechos y aplastados pero con el mismo objetivo: poder llegar pronto y sanos y salvos al destino final.
Llegamos de nuevo a Kara después de un día largo de carretera y una visita increíble a la región de Dapaong y a las cuevas de Nok. Ese día había sido un regalo: había hecho un tiempo increíble sin lluvia, habíamos tenido una gran compañía con Kamue y Koulbême y habíamos pisado una región agrícola de Togo que nos había dejado sin palabras. Tocaba asimilar todo lo vivido en aquella gran jornada y nuestra visita en unas cuevas enclavadas a un acantilado que emergía de la población de Nano y donde estaban las cuevas de Nok, un refugio histórico e increíble que hoy mantenía viva toda su historia gracias a la conservación de la población local.
DIA 4 y DIA 5: Estos dos días los pasamos descansando en la ciudad de Kara. Fueron dos días con chubascos aislados y donde nos esperamos para poder asistir a la ceremonia de la Dansa des Fouets. Muchas veces, va bien hacer un descanso después de tantos días de viaje y nosotros ya llevábamos un mes viajando con transporte público entre Benín y el norte de Togo.
Aprovechamos nuestra estancia en los apartamentos de la Marie Antoinette con el fin de avanzar en nuestro blog y escribir artículos pendientes de diferentes países africanos que habíamos visitado. También aprovechamos para ir a visitar el mercado de Kara, que estaba situado en un nuevo lugar a pocos minutos caminando de donde estábamos.
También hicimos alguna ruta gastronómica por Kara. Para comer, hicimos una comida en un establecimiento de la calle por menos de 2 euros, y para cenar visitamos una de las pizzerías más conocidas de Kara regentadas por el Stefan, un marsellés que lleva muchos años viviendo en esta ciudad togolesa.
Estos dos días fueron una especie de kitkat con el fin de saborear todas las vivencias vividas y para prepararnos por los poco menos de tres meses que nos quedaban de antemano en el continente africano. Hablamos con David del Pays Tamberma y, efectivamente, nos confirmó que el miércoles estaría la ceremonia de la Danza des Fouets, así que cargamos pilas para seguir viviendo nuevas experiencias durante este año sabático tan especial.
DIA 6: Hoy era el gran día. El día por el que llevábamos una semana esperando. El día que queríamos que llegara después de 5 noches a Kara. El día que nos había costado tanto adivinar para saber a dónde y, sobre todo, cuándo hacían la ceremonia del paso de niños a adultos a una comunidad del Pays Tamberma.
El día comenzaba con lluvia. Por suerte, la lluvia disminuyó y pudimos llegar a Cuaternma después de mucha incertidumbre para poder presenciar la Dansa des Fouets, una ceremonia donde los niños deben demostrar en el poblado que están preparados para afrontar la vida adulta. Toa la experiencia la explicamos en el artículo del Pays Tamberma, así que si la queréis leer, podéis clicar aquí.
Fue un día intenso, lleno de emociones. Realmente, un día totalmente africano, aunque no somos muy favorables de los prejuicios. El día había comenzado con un taxista que no se había presentado en el lugar acordado, había continuado con nuestra presencia en casa de un chico que nos tenía que llevar al lugar de la ceremonia pero que se había marchado hacía un rato. Allí, pasamos el rato con niños en un entorno espectacular. Y, finalmente, presenciamos una de las danzas más inverosímiles que hemos visto en nuestra vida. ¡Un día lleno de sorpresas!
Por la tarde, llegamos a Kara después de esta inimaginable experiencia y allí nos despedimos del Alo. Sin él, no hubiéramos podido ver lo que habíamos visto. Fuimos a los apartamentos de la Marie Antoinette para recoger las mochilas y decir adiós a nuestra anfitriona. Y fuimos caminando por las calles de Kara una última vez, después de 5 días por esta ciudad, y antes de coger un taxi compartido hasta Sokodé, nuestro próximo destino para seguir haciendo viaje hacia la costa del país.
Por la noche, llegamos a Sokodé, donde nos alojamos en un pequeño alojamiento al lado de la carretera, y a donde aprovechamos para ir a comprar los tickets de autobús que al día siguiente nos llevaría hasta Lomé. Sin embargo, nos quedaría la mañana libre para visitar el mercado que tenía lugar aquel jueves. Fuimos a cenar a un local que estaba justo delante del hotel y fuimos a dormir todavía en shock con todo lo que habíamos vivido ese día en el Pays Tamberma.
DIA 7: Nos levantamos con el ruido de autobuses, camiones, motos y coches que pasaban por delante nuestro alojamiento. Aquella carretera era la carretera principal del país y aquella mañana estaba muy transitada. Desyunamos con Omar, el propietario de la pensión, y cogimos unas motos con el equipaje para ir a dar una vuelta por el mercado.
El jueves era día de mercado en Sokodé. Un mercado muy diferente al que habíamos visto, por ejemplo, en Dantokpa (Cotonou) -si quieres leer nuestra experienca en este mercado clica aquí– o el que veríamos en el Grand Marché de Lomé (para más información, clica aquí). Aquel mercado era más rural, con presencia de animales vivos y de muchas paradas de fruta y alimentación ambulantes. Pero era un mercado africano y, por lo tanto, su visita era imprescindible.
Estuvimos caminando un buen rato por la explanada del mercado, con el suelo todavía rojizo y un poco enfangado de las lluvias y mirando las diferentes paradas que había. Hablamos con la gente que nos saludaba, y fuimos hasta un restaurante de la carretera principal a comer un buen plato de spaghettis. Al cabo de un buen rato observando el mundo exterior desde dentro de aquel local, cogimos las mochilas y caminamos hasta la estación de Nagode Transfer de donde salía el bus hacia Lomé.
La lluvia hizo acto de presencia justo cuando subíamos al autobús que nos llevaría en un trayecto de unas 5-6 horas hacia la capital, en Lomé, donde nos esperaban la Louis y la Martine. Dejábamos, definitivamente, el norte de Togo después de haber disfrutado de visitas en entornos increíbles como el Pays Tamberma o las cuevas de Nok, y de experiencias muy diversas. Una zona de la que no teníamos ninguna expectativa, pero que al cabo de una semana, nos acabó encantando!
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